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miércoles, mayo 31, 2017

Cartas de amor de James Joyce a Nora Barnacle



James Joyce y Nora Barnacle

Siguiendo con el ciclo dedicado a los epistolarios y a las cartas de amor de personajes famosos, seguimos, en esta ocasión, con las que escribió James Joyce a su mujer, Nora Barnacle, compilación que se debe a su mejor biógrafo, Richard Ellmann –las cartas fueron escritas con fechas de diferentes años y etapas de la vida de Joyce-,  aunque la mayoría corresponde al periodo que transcurre entre 1904 a 1909, pero, también, las hay, fechadas entre los años 1911 a 1920.

Las ciudades desde las que envía tan apasionada correspondencia son varias: Dublín,Trieste y Londres, lugares que conforman la etapa errática de Joyce, por lo que en dicha correspondencia vamos oyendo la voz  desarraigada de un hombre y escritor que no era lo que se consideraba un cortesano, en el sentido actual del término, a pesar del contenido amoroso-erótico de dichas cartas.
A Joyce le sucede como a otros grandes genios del arte y la cultura: no se siente atraído por las mujeres refinadas y cultas. Nora Barnacle era una mujer de una estrato social bajo. El propio Joyce escribe en su ensayo sobre Blake (1902) que éste no sentía atracción alguna por dicha clase de mujeres sofisticadas y refinadas. Aunque, parece que habla de sí mismo cuando afirma que, en su pronunciado egoísmo, prefería que el alma de la mujer amada fuera creada de forma lenta y con  gran esfuerzo por parte de él; es decir, desea convertirla en un ser de creación propia, al igual que crea los personajes de sus obras literarias, sin      que ella tuviera autonomía ni personalidad hecha y anterior a su relación con él.

El papel que le asigna a Nora es de mera oyente de sus confesiones, por lo que cualquier palabra de Nora, por insignificante que fuera, tendría la máxima importancia para él, como afirma Joyce en una carta  refiriéndose a la correspondencia que mantiene con ella.

Todas las cartas que dirigió a Nora Barnacle tenían un deseo de exhortar, suscitar y provocar igual deseo y ardor que el suyo en el cuerpo femenino que lo fascina desde la lejanía. Por ese motivo, escribir dichas cartas es un acto necesario y recomendable para él, según lo explica, admitiendo que hay algo obsceno y lascivo en el propio aspecto de las cartas, al igual que su sonido al leerlas  que recuerda el propio acto sexual por ser igual de breve, irresistible, brutal y dominador.

Dicha analogía entre carta y acto amoroso para él es una forma de alcanzar o, al menos, llegar a tocar algo imposible; por ello, cuando intenta suprimir toda distancia con la mujer deseada sólo alcanza la desesperación.

A Joyce, pues, le sucede, como a todo gran escritor que tiene, entendido como acto de creación, “sus cartas”. Al igual que sucede a Flaubert, León Bloy, Kierkegaard y Kafka, siempre tienen como destinatario de sus misivas a la persona más adecuada para recibir la obra que está creando el remitente, como si aquel fuera una premisa necesaria para cada texto escrito, sin que esto suponga una nota narcisista en  su autor. Todo parece indicar que entre el remitente y el destinatario no existe fusión o unión intelectual, sino interpelación al destinatario como forma de provocación o para conseguir una determinada reacción en éste, además de un desahogo emocional y psicológico del remitente.

En el caso de Joyce, no escribe intentando un diálogo intelectual con Nora, sino para poder soportar la tensión y la frustración que le provoca su deseo sexual no satisfecho por la distancia. Por ello, le dice “Estoy todo el día excitado. El amor es un maldito fastidio, especialmente cuando tam­bién está unido a la lujuria".

Sus primeras cartas son anunciadoras de su propósito de marcharse la pareja de Irlanda. Nora acepta  irse con él sin casa­miento previo.  Su primer hijo nace antes de celebrarse el matrimonio que no contraen hasta 1931, diez años antes de la muerte del autor.

Joyce, a pesar de la pasión amorosa que lo domina, no deja de preocuparse  por las  ineludibles e imperiosas necesidades económicas y la incertidumbre de una nueva residencia lejos de su país.  Vuelve a narrar  como se inició su historia de amor. Relata que ha sido subyugado, ini­ciado por ella, y en sus diferentes momentos epistolares cambia su visión de la mujer amada y oscila entre la degradación del objeto deseado, Nora,  y su más alta exaltación. Por ello, Joyce se retracta y desdice   y pregunta: “¿Crees que estoy algo loco? ¿O acaso el amor es locura? ¡Un instante te veo co­mo una virgen y al instante siguiente te veo desver­gonzada, audaz, insolente, semidesnuda y obscena! ¿Qué piensas realmente de mí? ¿Estás disgustada conmigo?”.

Una vez hecha esta introducción, ha llegado el momento de mostrar algunas de las cartas, doce de un total de más de una cincuentena que forma el epistolario. Las hay brevísimas, de tamaño medio y, también, largas; además de cubrir toda la etapa primera del apasionado amor, la culminación y la serenidad de una larga relación y la frialdad que sigue a tan larga historia de amor y es el inicio de la indiferencia mutua. En ellas se encuentran el enamoramiento primero,  el deseo físico insatisfecho, la consecución del cuerpo amado; pero, también están presentes los celos, la duda sobre la fidelidad de la amada, el erotismo casi pornográfico, la escatología, los términos más burdos y los más elevados. Todas estas cartas forman un auténtico retrato del hombre que fue James Joyce. Este epistolario se cierra en 1920, un año antes de publicar su obra maestra Ulises, y once años antes de publicar Finnegans Wake, obra a la que el propio Joyce consideraba más importante que el estallido de la II Guerra Mundial.

Todas estas cartas forman parte del epistolario que fue publicado, por primera vez en castellano, con el nombre de Cartas de amor de James Joyce a Nora Barnacle,  El aleph.com, y traducción de Felipe Rua Nova, en  el año 2000.