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jueves, octubre 12, 2006

Carta abierta a un acosador




Te escribo a tí, acosador sin nombre, edad, sexo, ni rostro que te identifiquen, porque da igual tu identidad, sea la que fuere, porque tú encarnas, con tu trastorno de personalidad, la cobardía impotente de quien acosa a sus víctimas desde la impunidad que le da el anonimato, cuando lo hace a distancia y sin identificarse, como puede ser a través del teléfono, de los anónimos, o utilizando el sistema más fácil para los cobardes como tú, y que supone implicar a terceras personas a las que, con promesas de retribuir sus sucios servicios o, peor aún, con la amenaza velada de que si no se avienen a cumplir sus mandatos de que acosen a terceros recibirán una sanción, castigo o la retirada de remuneraciones, etc, -lo que es frecuente y aparentemente “normal”, a pesar de la anormalidad de los hechos y de quienes los mandan hacer, además de los que los ejecutan, en el mundo laboral o profesional, lo que es llamado “mobbing”; o en el mundo escolar es conocido con el término inglés de “bulling”, porque parece ser que lo que no se denomina con una palabra o locución inglesa no es “in” y, por tanto, no está de moda, sino “out”-. Estos dos tipos de acoso han producido la secuela de muchos suicidios, infantiles o de adultos, en el peor de los casos, o depresiones que arrastran las víctimas de los acosadores, esos depredadores con personalidades psicopáticas, que les ha tocado en suerte a sus víctimas padecer en el mundo laboral, estudiantil o en las relaciones personales, porque nadie, ni los directivos de empresas o de la Administración, profesores, o directores de colegios e institutos, han sabido hacer frente a esa plaga indecente del acoso, aunque a ésta se la quiera denominar eufemísticamente, en un alarde de cinismo, como “bromas” con las que se divierten “inocentemente” los malnacidos que las realizan de forma anónima e impune, y a los mercernarios que les hacen el trabajo sucio por los motivos que fueren -que siempre suele ser la ganancia fácil además de otros de naturaleza inclasificable, entre los que se cuentan el placer de intentar machacar a la víctima del acoso con la impunidad de ser sólo unos “mandados”, además de unos impresentables sinvergüenzas-. Por ello, siempre en todo acoso se puede encontrar la figura del “lider” y a los demás secuaces que son el atajo de borregos que le siguen la corriente y ¡como no! se lo pasan en grande porque es muy divertido ver despellejar al otro, o sea a la víctima propiciatoria del acoso, y sin que nadie salga perjudicado, a excepción de aquélla, porque la mierda, si se reparte entre todos, cabe a menos y, además, tienen la gratificante sensación de poder que da siempre la impunidad de los actos miserables de quienes, por dinero o alguna ganancia de cualquier clase, venderían a su propia madre.

Por eso, a tí, acosador de mierda, masculino o femenino, sólo se te puede conocer a través de tus propios actos, por la cobardía que destilas y por la hipocresía que gastas con tus propias víctimas del acoso cuando intentas salvar el tipo y quieres quedar como alguien de confianza que espera que le haga confidencias el propio destinatario de tu acoso. Es decir, intentas, de una u otra forma, acusar a terceros de tus propios actos, convirtiéndote siempre en alguien neutral y, si puedes, en el confidente de tu víctima para así rizar el rizo de tu propia indignidad de psicópata y presumir después ante tus secuaces, tus lameculos o tus compinches -lo que viene a ser todo lo mismo- de que no te ha descubierto la víctima de tu acoso. No es raro, por ello, que le hagas extrañas confidencias, en algunos casos, al acosado, nombrando a terceros como posibles autores de los hechos de los que es víctima aquel y de quien desearías convertirte en su mejor confidente.
Te gusta, especialmente, jugar a la “gallinita ciega” con tu víctima, para comprobar si ella adivina quien es el autor de los hechos o “bromas” que recibe, sin darte cuenta de que desde el primer momento quedaste al descubierto; pero no podía o no quería descubrirte, dependiendo de las circunstancias del caso y de la paciencia del acosado de la que tanto abusas -quien, por ser mejor que tú, y lo sabes, tiene hacia tí el respeto y la humanidad que a tí te faltan, hasta que un día se le acaban ambas-, mientras tú sigues queriendo demostrar no se sabe bien qué, pero lo que queda bien claro y demostrado es tu propia insania mental, tu imbecilidad congénita o ambas cosas a la vez. Tú y tus cómplices intentáis muchas veces echar una cortina de humo que sólo produce pena y, sobre todo, asco. Si tienes dudas de si te ha descubierto la víctima de turno, tú te encargas de despejarlas con tu constante y demencial insistencia en demostrar tu calaña y tu absoluta falta de juicio, lo que no quiere decir que estés loco, porque los psicópatas tenéis capacidad de raciocinio pero absoluta falta de conciencia y remordimientos.

Helena Irigoyen, famosa psiquiatra especialista en la personalidad tortuosa y enfermiza del acosador, habla precisamente de la estrategia del mismo para conseguir la confianza del acosado y derivar la culpa a terceros, precisamente de los que cuenta al acosado innumerables secretos vergonzosos, reales o inventados, que despertaría la ira de los interesados si lo supieran, y todo ello buscando despertar la confianza de la víctima que le haría, en el caso de caer en esa sucia trampa, al supuesto confidente bienintencionado, otras confidencias, que es lo que, en verdad, quiere el tiburón disfrazado de comprensivo y sincero aliado de la víctima. Naturalmente, depende del carácter, la templanza, la fortaleza y los conocimientos del acosado para caer o no en dicho señuelo que demuestra la verdadera naturaleza psicópata del acosador, o sea, de la tuya, que es a quien me dirijo sin nombre ni identificación, porque, según las estadísticas, perteneces a una raza maldita de miserables y os reproducís como ratas y, por ello, en todas partes siempre hay alguien que, como tú, tiene un profundo sentido de inferioridad, a causa de complejos físicos, psíquicos o de ambos a la vez, que te marcaron desde la infancia por las burlas que recibías, y estos complejos se exacerban sobre todo cuanto estás ante la víctima de tu acoso, porque en ella encuentras las virtudes, el temperamento y la personalidad que te gustaría tener; pero sabes que no puedes porque eres un pobre energúmeno o, simplemente, un enfermo de envidia -con independencia del puesto que ocupes en el escalafón de la empresa, porque un mierda, por mucho que suba a través de él, sigue siendo un mierda elevadoa a la enésima potencia- y también enfermo de rabia, cuando no padeces de una psicopatología acusada, que son las que te llevan a acosar a quien, para tí, es un espejo en el que se refleja, por contraste, tu propia indignidad, tu vileza y tu cobardía.

No creas que los que te secundan en tus acosos lo hacen por admiración hacia tí, respeto o amistad, sino por interés personal de conseguir algo a cambio de su vileza y, sobre todo, porque te tienen miedo, seas compañero de clase, de trabajo o, peor aún, jefe de una parcela laboral en la que tú puedes hacer mucho mal y eso lo saben por las propias órdenes que les das a cambio de unas monedas o de un destino mejor. Te conocen y te desprecian pero, sabedores de la clase de psicópata que eres, procuran aparentar ser tus aliados antes que decirte que no; eso sólo lo han hecho quienes, a su vez, se han convertido en las víctimas de tu acoso enfermizo y despreciable, al negarse a acosar a tus propios colaboradores, en un doble juego que, en psicópatas como tú, es muy frecuente, y por esa negativa de no plegarse a tus mandatos para acosar a otros, tú les haces la vida imposible, al demostrar que tienen un sentido de la propia dignidad, vergüenza y decencia que es todo lo que a ti te falta, hijo de mala madre, y a los mierdas de tus esbirros también, cuando los tienes, lo que sucede frecuentemente por la cobardía que te caracteriza.
No esperes vasallaje de tus víctimas, presentes y futuras, porque todas ellas son mejores que tú y por eso las atacas, sino el mayor de los desprecios y el deseo de llevarte ante los Tribunales y los medios de comunicación -como está sucediendo en muchas casos que muestran dichos medios-. Son esas comunicacione que tanto te gustan y por ello realizas escuchas ilegales de las comunicaciones telefónicas ajenas o de las simples conversaciones “in situ”, grabando ambas, las que se pueden convertir en tus peores enemigas, si es que no tienes la cordura y la sensatez suficiente para parar el acoso a tiempo, aunque algunos hayan sido demasiado largos ya y quienes los han sufrido no lo olviden, perdonen ni tampoco a quienes colaboraron en él, a pesar de todas las disculpas que puedan exponer para tapar su culpa y su despreciable participación. Antes o después, la víctima tendrá que recibir su correspondiente satisfacción y la justa indemnización ante un Tribunal o extrajudicialmente, porque no puedes esperar que todo esto quede impune y la institución que te ampara y que es tu coto de caza, tampoco.

No me despido de tí, acosador de pacotilla, porque tú nunca das la cara y por ello a lo que no se presentan ni identifican no se les puede saludar, a no ser para recordarles a la madre que los parió, pero si te diré que como todo cobarde que eres, seguro en la impunidad del anonimato y del poder que éste te da, y en el nombre de todas las víctimas que vas dejando por el camino, que no tienes ni media bofetada; pero no, precisamente, porque le falten ganas a los que han tenido la mala suerte de encontrarte en el trabajo o en clase y, por ese simple hecho, comienzan a recibir tu acoso, porque a más de uno le gustaría poder ponerse a tu altura moral, que es muy poca, y darte una patada en el culo; pero lo que de verdad quieren todos los acosados, sin excepción, antes o después, es ponerte a la sombra una larga temporada -aunque en este país casi nadie paga con cárcel y así nos va y las únicos que pagan son las víctimas- y que indemnices lo que has hecho, con o sin ayuda de otros, además de que quedes descubierto públicamente para vergüenza de tu familia, amigos -si es que tienes alguno-, y, sobre todo, que quede en entredicho la organización, laboral o educacional, que han cobijado tus desmanes, los han consentido y amparado para evitar un escándalo, a costa, eso sí, del sufrimiento de la víctima a la que se culpabiliza, en el mayor de los cinismos, para no tener que afrontar las consecuencias que de tales acciones se derivan y, todo ello, sarcásticamente, dentro de un Estado de Derecho en que prima la Ley, pero del más fuerte que es siempre el más corrupto.


Ana Alejandre


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