Estimado
empresario:
Sé
que no corren buenos tiempos para esa arriesgada profesión tuya en la que se ganan más enemigos que
amigos y, sobre todo, en estos tiempos de crisis. Me estoy refiriendo en todo
momento a ti, empresario singular que sirve de ejemplo de todos los
empresarios, gran mayoría, que van desde el autónomo hasta el gran empresario,
que respetan las leyes y los derechos del prójimo, sea este trabajador, cliente
u otro empresario; pues pensar lo contrario también llevaría al absurdo de
aceptar que todos los trabajadores, por el hecho de serlo, son poco fiables, nada
cumplidores de sus obligaciones, e intentan engañar a siempre a la empresa que
los contrate. Idea inaceptable en ambos casos, porque las generalizaciones son
absurdas y poco veraces, pues obedecen a prejuicios e ideas preconcebidas que
hacen más cómodo y fácil manejar los conceptos e ideas con clichés establecidos
y estereotipados, pero completamente falsos
Para muchos, especialmente entre los
trabajadores en general, los sindicalistas y los representantes de esa
izquierda radical tan contraria a la propiedad privada y al capital –sólo si son de propiedad ajena, no a la suya propia
que esa sí que es siempre legítima-, tú, como empresario, representas un
enemigo social, un buitre carroñero que sólo buscas el beneficio propio en
detrimento del de los trabajadores que son, algo así, como esclavos a tu
servicio.
Después del esfuerzo, gran iniciativa, asunción de los riegos económicos
que conlleva fundar una empresa por pequeña que sea, coraje, capacidad
organizativa y trabajo que ello supone, no sólo no recibes ningún tipo de
consideración, estima ni comprensión de la labor social que haces –no hay que olvidar que eres
quien creas empleo-, sino que eres un símbolo del atroz capitalismo que padecen
las sociedades occidentales modernas y, por lo tanto, eres culpable de
colaborar, sólo por la creación y
gestión de tu empresa, con la explotación que el sistema lleva ejerciendo sobre
los ciudadanos de cualquier país desarrollado o, más aún, en vías de desarrollo.
Vamos que eres algo así como un
bandolero, pero sin trabuco ni manta al hombro que, en vez de ir por los
caminos para asaltar y robar a los viajeros que transiten por él, haces tus
latrocinios sentado cómodamente –la comodidad y el relajo están asociadas sine que non a tu condición de empresario,
en el sentir general-, a la mesa de tu despacho y, a modo de trabuco, utilizas
una estilográfica o bolígrafo para plasmar tu firma sobre el contrato de
trabajo, explotador y abusivo como corresponde a tu condición de animal
carroñero, o cualquier otro contrato mercantil en el que tú, o sea, tu empresa,
siempre sales ganando a costa de la otra parte que se deja engañar, estafar y
desplumar, como cualquier ave de corral antes de echarla a la cazuela,
sirviéndote siempre de malas artes que son consustanciales a tu idiosincrasia
desde que tuviste la idea de hacerte empresario. Es decir, tu deseo legítimo de
ganar dinero de forma legal con tu empresa se considera poco ético porque se
presupone que lo intentas de forma ilícita y abusiva, pero no sucede igual con el mismo propósito del
trabajador por cuenta ajena de ganar lo más posible con su trabajo, porque es
aceptado como algo legítimo y deseable, lo que, además de ser contradictorio e
ilógico, genera siempre una connotación negativa e injusta a tu condición de empresario.
Naturalmente, tus noches de insomnio
son desconocidas por todos porque sólo las conoce tu mujer, si estás casado, porque
pasas las noches en vela pensando si las cuentas cuadrarán en el trimestre, si
los pedidos que recibes podrán ser atendidos en tiempo y forma, y no se llegue
a interrumpe el plazo dado a tus clientes por cualquier desajuste en la
plantilla, la convocatoria de una huelga, la enfermedad de unos cuantos de los trabajadores
aquejados por un virus gripal, la maternidad de algunas de las trabajadoras, cuyas bajas
tendrás que cubrir provisionalmente con otras contratadas ad hoc –sabiendo la mala prensa que tienen los contratos
provisionales entre los trabajadores y los sindicatos-, o el retraso en el suministro de materias primas por parte de
las empresas contratadas al efecto. Todo ello te hace sentirte impotente por no
poder controlar tantos factores que
pueden hacer que pierdas el contrato tan importante para tu empresa que
firmaste hace unos meses, o tener que pagar a tus clientes con grandes sumas de
dinero a modo de indemnización por demora -lo que ya ha sucedido en algunas
ocasiones, especialmente en estos años anteriores de crisis profunda, cuando
los plazos de entrega no pudiste cumplirlos porque tus suministros no llegaban
ya que muchas empresas cerraban y tenías que buscar desesperadamente otras que
te proporcionaran las materias primas necesarias-. Eso te supuso pérdidas
importantes que te obligó a despedir a algunos de los trabajadores porque no
tenían ya labor que hacer, al bajar el número de pedidos, o porque no podías
pagar su sueldo mes tras mes, si no querías declararte en bancarrota y cerrar
la empresa con el consiguiente despido de toda la plantilla. Y siempre teniendo
que cumplir con el pago de los Impuestos que eran otras de tus pesadillas, y el
cumplimiento de las leyes laborales porque la Seguridad Social te mira con lupa
como a todo el gremio empresarial.
Todos estos problemas no suelen
verlos quienes trabajan para ti porque bastante ocupados están en realizar su trabajo y procurar que el
contrato que tienen firmado con tu empresa no finalice y tengan que pasar a la
cola del paro, lo que en estos años es un problema peliagudo y trágico, sin
duda alguna. Además, es una creencia general que los problemas sólo los tienen los
trabajadores que son quienes cobran un sueldo, siempre bajo a su juicio, porque
los empresarios tenéis siempre un capital –declarado o no, lo que importa poco
a tus detractores-, y tus problemas sólo radican en procurar multiplicar tus
ganancias y dividir los costes de producción a costa de los asalariados, como
es normal en todo empresario con alma de corsario como es tu caso y el de todos
tus colegas, a juicio de la mayoría de la gente.
Pocos se paran a pensar que tú
trabajas en la misma empresa que tus empleados y que dedicas muchas más horas,
como todo capitán de barco que se precie, porque si el barco naufraga y el
barco/empresa se va a pique. el último
en saltar a un bote salvavidas –llamémosle
subsidio de desempleo-, eres tú como comandante de esa nave/empresa que eres;
aunque, muchas veces, cuando el agua te llega al cuello y estás a punto de
perecer, ya no hay bote salvavidas a la vista, porque los empresarios
naufragados no cobráis el seguro de desempleo que está destinado a los
trabajadores por cuenta ajena; además de tener que veros obligados a declararos
en quiebra y entrar en un proceso concursal en el que podéis perder la empresa
y, muchas veces, la propia vida personal que se ve arrastrada por la marea de
la ruina económica y familiar.
Naturalmente, hay empresarios
millonarios, dueños de verdaderos emporios, cuyos nombres están en la mente de
todos, pero es curioso que ninguno de ellos ha sido nunca reacio al trabajo,
sino que su imperio empresarial se debe a su esfuerzo, tesón, capacidad de
lucha y de resistencia a los momentos malos y, sin duda, a la suerte que le ha
acompañado en su labor empresarial. Esa fortuna que han conseguido reunir se
revierte después a la sociedad en forma de creación de fundaciones, bibliotecas
, universidades, colegios, hospitales, donaciones a oneges diversas y un largo
etcétera.
Toda la sociedad demanda la creación
de puestos de trabajo, porque el trabajo es un derecho fundamental del ser
humano para poder sobrevivir; pero se da la gran paradoja de que, mientras se
pide y exige trabajo para millones de personas que están desempleadas y
viviendo una gran tragedia, se ataca a la figura del empresario por
considerarla nociva, por ser un símbolo del capitalismo explotador. Habría que
preguntarse, si desapareciera la figura del empresario de la faz de la tierra
para evitar la supuesta explotación a la que somete a los trabajadores, quién
crearía esos puestos de trabajo demandados si no hubiera capital privado y organizado
en forma de empresas y con empresarios a la cabeza, para dirigirlas. El Estado
no podría llevarlo a cabo, sustituyendo a los empresarios privados, porque la
hacienda pública no recaudaría los impuestos que pagan las empresas y
trabajadores, ya que desaparecidas unas, desparecerían obligatoriamente los
otros; y, si el Estado se tuviera que movilizar para crear los bienes y
servicios que ofertan las empresas, tendrían que constituirse de forma
mercantil y autónoma, por lo que ocuparían el lugar de los empresarios con los
mismos males, fallos e inconvenientes de los que ahora os acusan a quienes lo sois y ejercéis de
ello. No hay que olvidar a los países con regímenes de izquierdas (cuba,
Venezuela, Grecia, etc.,) y su desastroso presente sin futuro, lo que sucede
siempre cuando el Estado quiere ejercer
conjuntamente todas las funciones públicas y privadas, llevando a los países a
la ruina, la desesperación y el desastre económico y social.
La actitud contradictoria de una
sociedad que demanda un nivel de vida capaz de satisfacer sus necesidades de
bienes y servicios, puestos de trabajo bien remunerados y un nivel de bienestar como
nunca se había conocido en la historia, hace que la figura del empresario esté
siempre bajo sospecha de ser un enemigo a eliminar de esa misma sociedad en la
que interactúa creando riqueza, puestos de trabajo y ofreciendo esos bienes de
consumo que la sociedad solicita; aunque
esta misma sociedad parece que todo esos
derechos, y bienes los prefiere recibir
del cielo, como el maná bíblico, sin agentes intermediarios como sois tú y tus colegas, en una extraña actitud
de negación y rechazo del mensajero, al que se desea eliminar a toda costa,
pero sin renunciar a seguir recibiendo el mensaje sin ningún tipo de contratiempos,
retrasos o dificultades.
Por eso, amigo empresario, te comprendo -aunque yo no lo soy ni lo he
sido nunca-, pero veo en ti la lucha
esforzada para hacer realidad tu sueño, a pesar de todos los obstáculos que
encuentras en tu difícil camino de llevar a buen fin una empresa, para lo que
arriesgas tu fortuna personal –casi siempre a costa de créditos-, tu tiempo,
tus sinsabores, tus problemas nunca compartidos con los demás, ni siquiera con
quienes trabajan para tu empresa, y tu angustia de llevar a buen puerto a ese
barco en el que viajan otras personas, otras vidas, de las que te sientes
responsable, porque sólo quieres llegar al fin de la travesía, a pesar de las
tormentas que encontrarás en tu siempre peligrosa
navegación por el proceloso mar de una sociedad que quiere y demanda trabajo,
bienestar y prosperidad, pero olvidando que para llegar a ese anhelado puerto
tiene que haber siempre un piloto/empresario que, antes, haga de armador del
buque/empresa y, después, gobierne el barco en el que navegar para poder salvarse
todos o, peor aún, hundirse juntos en un siempre temido naufragio .
Mucho ánimo,, suerte y valor en tu
esforzada navegación empresarial, tan incomprendida y poco valorada por
quienes, desde tierra, intentan marcar el rumbo de los barcos que navegan, en
un juego peligroso para todos, porque quienes lleváis el timón sois quienes
tenéis valor para haceros a la mar sin tener a mano siempre un salvavidas, especialmente en estos tiempos de temporal en
forma de crisis económica.,
Por último, te recuerdo, para momentos de desánimo, la frase de
Winston Churchill: "El éxito es la
habilidad de ir de fracaso en fracaso sin llegar a perder el entusiasmo".
Sinceramente.