El fracaso en cualquier proyecto humano, sea el que
fuere: académico, laboral,
sentimental, familiar o económico, siempre es una de
las sensaciones más amargas que puede sentir cualquier persona en su vida. Ese fracaso en la consecución de unos fines para los que ha empleado tiempo,
esfuerzo, ilusión y voluntad suele dejar en la cuneta a los más débiles, a
quienes no soportan hacer algo sin conseguir inmediatamente una gratificación
por pequeña que sea que compense todo el tiempo, el trabajo, el interés y la
dedicación a ese proyecto que ahora se viene abajo como un castillo de naipes
que ha recibido un manotazo.
Sin embargo, hay quienes, como tú, amigo/a desconocido/a,
sigues en la brecha de esa ilusión que un día te hizo concebir el proyecto a
desarrollar, el sueño a alcanzar y en lo que pusiste no sólo tiempo y esfuerzo
para conseguirlo, sino también algo muy íntimo y personal que es de la misma materia
sutil de la que están hechas los sueños, porque en ellos, te reconoces a tí
mismo/a y le dan sentido a tu vida, a pesar de que, hasta ahora, no has
conseguido tu meta, esa que siempre ves lejana, llamándote en silencio, a pesar
de tu sensación de cansancio, de amargura, quizás, de desaliento, porque cada
vez la concibes más difícil, más inalcanzable, más utópica. Te preguntas a ti
mismo/a por qué sigues en el empeño, porqué cada mañana, a pesar del esfuerzo que
has hecho tanto tiempo en vano, ese proyecto, esa meta, ese sueño por conseguir,
te hace levantarte de la cama, a pesar de tu íntimo desaliento, de tu sensación
ya consumada de fracaso, de tu convicción de que todo es inútil, pero te das
ánimos de nuevo que no sabes de dónde sacas para intentarlo otra vez, otro día
más, sin querer tirar la toalla, sin dejarte vencer por el desánimo, sin
desfallecer.
Ese espíritu de lucha que renuevas, día a día, te define
como un/a vencedor/a nato/a, te hace ser superior a las dificultades, a las
trampas, a las zancadillas que el destino o que la mala suerte te ha puesto en
el camino (incluso las que te ponen los demás, con sus continuos consejos de
que abandones, de que no sigas adelante con tu iluso proyecto -así le llaman, quizás-, con tu lucha en
solitario). Sin embargo, tú no escuchas lAs voces agoreras que por "tu
bien" te aconsejan, porque nadie puede ser mejor piloto de la nave de tu
vida que tú mismo/a, aceptando de antemano que puedes morir en tan difícil
travesía, en esa aventura vital, profesional o vocacional, que emprendiste un
día con el corazón rebosante de ilusión, de esperanza, por conseguir alcanzar
tus sueños aunque para ello te dejes la vida en el intento. ¿Pero qué sería de
tu vida si tuvieras que renunciar a tus
anhelos, a tus sueños? ¿Merecería la pena vivirla? Sabes de antemano la
respuesta y no es otra que prefieres "fracasar" mil veces, -según la
opinión de los demás, más o menos bienintencionados-, que "triunfar"
de la forma que esta sociedad materialista entiende que sólo se reduce a ganar
dinero (en el tema vocacional o profesional), cuanto más mejor, aunque lo que
hagas te deje el alma fría y el corazón
yerto en una ocupación que no te interesa lo más mínimo, que incluso detestas; y, en temas sentimentales, renuncias a tener una pareja que "convenga", pero por la que sólo puedes
sentir indiferencia cuando no rechazo.
Decía Andres Maurois "El fracaso prueba la debilidad del deseo y no su temeridad."
Por eso, tú no te rindes, porque cuando imaginaste por primera vez que querías
amar a esa persona, elegir esa profesión, vivir esa aventura, sea la que
fueres, te estabas definiendo en tu elección vital. No olvides que no hay mayor
aventura que la propia vida, y como decía el gran escritor Conan Doyle,
refiriéndose a su larga trayectoria profesional como marino
mercante:"Pensé que era una aventura y resultó que era la vida". Lo
que empieza siendo provisional: una actividad laboral, una relación
sentimental, una determinada forma de vida que no convence, pero conviene
provisionalmente, termina convirtiéndose en una trayectoria vital constante y
duradera que sólo provoca frustración, amargura y auténtico sentido del
fracaso, aunque los demás consideren que es lo más adecuado y conveniente e,
incluso, la consideran una vida en la que se ha tenido éxito; excepto tú,
claro, que te sentirías doblemente fracasado/a: por no haber luchado por tus
sueños y por haber aceptado una vida mediocre y gris en la que habrías vivido
seguro/a, pero también habrías perdido tus sueños y tu capacidad de lucha por
aquello en lo que crees y en lo que te reconoces y reafirmas. Piensa en lo que
dijo el escritor y dramaturgo Samuel Beckett ante el tema del fracaso:"Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez.
Fracasa mejor".
Naturalmente, en una época de crisis como la que
padecemos no se puede dejar de lado las cuestiones prácticas, es decir,
conseguir un trabajo para subsistir -si es que se consigue, tarea nada fácil en
la actualidad-, esté o no de acuerdo con las preferencias, la vocación -si se
tuviera- o la formación. Claro que hay que hacer concesiones a la realidad de
que hay que trabajar para vivir, pero sin olvidar que eso no es lo mismo que
vivir para trabajar. Es decir, el mismo error comete quien le dedica demasiadas
horas al trabajo y lo considera lo más importante de su vida, olvidando otras
parcelas como la familiar, la sentimental o amistosa, o la simplemente lúdica,
que quien vive para trabajar en algo que no le gusta, que no le satisface, y
deja de lado su vocación, sus verdaderos intereses, sus inquietudes y sus propios
sueños, por lo que pierde igualmente la vida que auel y su verdadero significado de realización en
pos de una seguridad material que sólo le asegura la insatisfacción más
profunda, la frustración y la amargura.
En el plano sentimental, lógicamente, no se puede obligar
a nadie a que corresponda al amor que se siente por él o ella; pero la
aceptación de esa verdad incuestionable no es lo mismo que quien renuncia a un
amor correspondido por cuestiones sociales, económicas, culturales, étnicas o
cualesquiera que fueren.
El famoso periodista deportivo americano, Gay Talese, de visita en España para
presentar su último libro «El silencio del héroe» (Alfaguara),
afirma en una entrevista concedida al diario ABC/cultura (25/05/2013) que: "Me fascina quien tras muchos fracasos aún
lucha por el éxito." Aunque se refiere al ámbito deportivo, esta
admiración por el héroe real -que no es siempre quien gana, sino quien tiene el
valor, el coraje, la resistencia ante la adversidad y la capacidad de seguir en
la brecha-, se puede extender a cualquier parcela de la actividad humana, a
cualquier tipo de intento, de proyecto, de lucha por conseguir un fin sin
desfallecer en el intento.
En eso consiste la
verdadera heroicidad, la única que justifica una vida ante sí misma y ante los
demás, por servir de ejemplo, porque quien lucha por conseguir sus sueños a
pesar de todas las dificultades, los tropiezos y las caídas es el verdadero
héroe, el verdadero y único triunfador en una sociedad que sólo valora el
éxito, por artificial, efímero, estúpido y sin valor que sea, porque no hay
mayor triunfo que no traicionarse a sí mismo, a no renunciar a los sueños, los
proyectos, las metas aunque los demás piensen que son una utopía, una locura o
una extravagancia.
Si te sientes un/a
fracasado/a, pero aún sigues intentándolo una vez más, renovando tus energías,
aunque no sepas de dónde te surgen, a pesar de las voces agoreras que te
aconsejan que no continúes, desde ahora te digo que eres un verdadero héroe o
heroína y que gente como tú han sido los que han creado obras de arte, han
inventado nuevas técnicas y han enriquecido a la ciencia con sus descubrimientos;
han fundado pueblos y naciones, han ido más allá, más lejos que los demás seres
humanos, abriendo fronteras, traspasando los límites, cada uno de una forma
distinta, pero siempre a través de su esfuerzo, muchas veces anónimo, de su
lucha, de su constancia y capacidad de soportar la adversidad y, en ocasiones,
la burla, la incomprensión y el rechazo de sus semejantes.
Gente como tú son las
que hacen falta en un mundo sin valores, sin capacidad de lucha, acomodaticio,
materialista y oportunista, porque con tu esfuerzo, con tu lucha para conseguir
aquello que anhelas, -sea lo que fuere y siempre que no haga daño a los demás-,
estás poniendo de manifiesto ante los que te rodean que se conforman con una
vida segura, mediocre y gris, que hay otra forma de vivir, de luchar, de sentir
y de soñar que es la que hace ser hombre o mujer de verdad, porque quien lucha
por hacer realidad sus sueños, está viviendo de verdad, en plenitud y
consciente de que la vida, ese maravilloso y mágico don, es una oportunidad
única y preciosa para llegar a ser quien se desea, quien se sueña ser; y ya se
empieza a serlo desde el momento en que todo el entusiasmo, el esfuerzo y la energía
se utiliza para conseguirlo, sea cual fuere el resultado.
Mi más sincera
enhorabuena por ser como eres y, por favor, no cambies nunca. Tienes un largo
trayecto ante ti: el que te separa de tu meta, de tu más ferviente deseo, y
para ello sólo cuentas con tu coraje, esfuerzo y capacidad de resistencia, Tu
fracaso, como lo llaman otros, es tu mejor insignia, tu medalla al mérito, porque prueba que eres esforzado, voluntarioso/a y congruente con tus ideas,
pero sobre todo que estás hecho/a de la pasta de los héroes que daban su vida
por conseguir un ideal, una meta, un fin que justificaba tanto esfuerzo y tanta
lucha. Te animo a que recuerdes, en los momentos inevitables de desaliento, lo que
de los llamados fracasados afirma, Johann W. Goethe: "Aquellos que ven en cada desilusión un estímulo para mayores
conquistas, ésos poseen el recto punto de vista para con la vida".
Tú eres un ganador de la dura batalla de la
vida, lo que consigas con tu esfuerzo, sea mucho o poco, será siempre lo de
menos, porque lo importante es que has luchado limpia e incansablemente por
conseguirlo y en eso radica el verdadero y único mérito posible al que puedes ser
acreedor. Me vas a permitir recordar, para terminar, una hermosa cita de Albert
Camus cuando hablaba del éxito y de los triunfadores. Decía: "No es difícil tener éxito. Lo difícil
es merecerlo".
No es tu caso. Tengas o no éxito -según se
entiende socialmente-, sin duda que lo mereces y que ya en tu constante lucha
por hacer aquello que deseas o quieres conseguir, ya tienes tu verdadero y más preciado
triunfo.
Sinceramente.