Translate

Buscar en este blog

martes, marzo 24, 2015

Carta abierta a un/a imbécil




                               











Disfruta el día hasta que un imbécil te lo arruine.
 (Woody Allen)

            Me dirijo a ti, imbécil, femenino o masculino, si, aunque no figure tu nombre ni rostro, porque  sois muchos y muchas en tu, llamémosle, numeroso  colectivo, o sea, agrupación de desconocidos -generalmente-, entre sí que se dedican a demostrar a todas horas  que son imbéciles por sus acciones, palabras, actitudes y demás galería de disparates que ponen en evidencia vuestra imbecilidad congénita y vuestra ausencia del más mínimo respeto a los demás y falta de dignidad propia. Quien no se respeta a sí mismo y no le importa demostrar su  auténtica naturaleza de imbécil, no puede respetar a los demás a los que, paradójicamente, suele considerar que son los realmente estúpidos, inocentes, o "pardillos", a quienes hay que provocar continuamente para ver y divertirse con sus reacciones.
         Eres siempre el/la que da la nota en cualquier lugar, haciendo comentarios inoportunos, preguntas impertinentes, contando chistes sin gracia y que hacen sonrojar o irritan a quien los escucha por su manifiesta inoportunidad, zafiedad o inconveniencia; riéndote sin ninguna contención en ceremonias, actos públicos o circunstancias en las que la risa está fuera de lugar por un mínimo de respeto al prójimo, como pueden ser funerales,  ceremonias religiosas, actos solemnes y un largo etcétera que está en la mente de todos. Eres el/l que gasta bromas estúpidas, hirientes, malintencionadas y procurando implicar a terceros a los que convences de que son bromas inocentes y a los que prometes algo a cambio -aunque no estés dispuesto/a a cumplir tu promesa-, para que el otro imbécil que te hace caso colabore de buena gana en tu broma supuesta e infamia cierta.
          Eres el/la que siempre presume de orígenes ilustres -cuando provienes de una familia modesta y por eso ocultas tu lugar de nacimiento-; o que tienes amistades poderosas, influyentes o famosas que sólo existen en tu fantasía, en la que vives una realidad que está sólo en tu imaginación calenturienta y  tu capacidad de mentir a la que recurres para poder epatar a quienes consideras inferiores -es decir, todo el género humano a excepción de tus más íntimos allegados, y no siempre-, y a los que crees que puedes contarle  tus absurdas invenciones como si fueran una verdad absoluta y a las que nadie puede objetar porque tienen que creerte a pie juntillas, aunque no des más pruebas de lo que afirmas  que tu palabra de imbécil.
            Las formas de manifestar tu imbecilidad son muchas y variadas: unas veces dices que has asistido a homenajes, funerales, etc., de personas famosas a las que llamas buenos amigos y a quienes sólo conocías por la prensa o las has visto desde lejos en un acto público, incluso inventando o equivocando el lugar donde se produjo dicho acto. Al igual que afirmas, en otras ocasiones, que has sido invitado a bodas de famosos a quienes no conoces, sin dar más prueba de ello que cuatro detalles que han salido publicados en la prensa y que te has aprendido de memoria para demostrar que "has estado allí". Cuando no ofreces recomendaciones ficticias para conseguir un empleo, una beca, una plaza en una oposición, una colaboración, una exposición, un premio, etc., para que quien recibe ese ofrecimiento fantasma crea que eres una persona muy importante y bien relacionada. Naturalmente, quien es así recomendado, ni consigue el empleo, ni la oposición, beca, colaboración, premio, o cualquiera otra cosa que estuviera en juego, porque todo ha sido una patraña, cuando no una trampa, para que el ilusionado recomendado, cuando llegue la hora de la verdad, se encuentre con un no rotundo, o se le pide algo a cambio -en otras ocasiones- de lo que no se le había hablado, si  es que, en verdad, quien "recomienda" -el imbécil en cuestión-,  conoce a quien tiene que dar lo prometido al recomendado, porque el favor no se le iba a hacer a  este último, sino a quien tenía que recibirlo en nombre de su buen amigo que recomienda; y así consigue el dador del beneficio en cuestión -en un trueque improvisado y que no estaba en el programa-, algún servicio, trabajo, favor, etc., del recomendado, si es que éste quiere conseguir lo prometido, aceptando las exigencias que se le hacen en el último momento.
          Por supuesto, como piensas que todo el mundo se tiene que creer tus fantasmadas, imbécil, con la absurda seguridad de todo vanidoso/a, no te planteas nunca que te puedan descubrir quienes te conocen y saben de tus artimañas, porque a un imbécil mentiroso es fácil cogerlo por los fallos, lagunas, contradicciones y ambigüedades  que comete en su continua exposición de "grandezas", de talentos artísticos inexistentes  que despiertan hilaridad en quienes te oyen presumir de ellos, o de amistades famosas con quienes tienes un trato íntimo y prolongado, según manifiestas, y deudas impagables con personajes  a quienes no has conocido siquiera; o presumes de los bienes cuantiosos que posees, títulos académicos imaginarios, puestos laborales siempre de primera fila -y callas que te echan de todas partes-; o bien haces gala de parientes ilustres, conocimientos que no tienes y vergüenza que perdiste hace mucho tiempo. 
        Toda esa parafernalia que exhibes con total falta de pudor y sin temer que te puedan descubrir en tu falacia, porque siempre crees, en tu vanidad de imbécil, que tu inteligencia superior te hará salir bien de cualquier apuro, de cualquier momento en el que sea descubierta tu impostura, tu mentira y tus alardes de una superioridad intelectual, social, académica, física, o laboral que sólo existe en tu mente, en la que luchas continuamente con tu propia sensación de fracasado, de don nadie, de incompetente, de persona mediocre  y gris que te hace adoptar ese papel de prepotente y vacuo, por lo que sólo te hace falta decir a quien  te escucha: "Trátame como un igual; pero no olvides que soy superior". Mientras, el interlocutor te oye hablar entre la incredulidad, el asombro y la irritación ante tantas autoalabanzas  de  tu talento imaginario y lecciones continuas  en cualquier disciplina o arte, tu pedantería insoportable -precisamente porque no tienes talento, ya que eres imbécil-, o mentiras absurdas e inverosímiles en un constante, repetitivo y cansino suma y sigue.. 
         Viene a cuento lo que le sucedió al científico don Santiago Ramón y Cajal, durante un trayecto en tren que hacía en aquellos años en los que los trenes eran de carbón y existían compartimentos  aislados unos de otros. En una determinada estación, se subió al tren y entró en su compartimento un viajero que saludó cortésmente a Ramón y Cajal y, después de colocar su equipaje, se sentó e iniciaron una charla por ser los dos únicos  ocupantes del compartimento. El recién llegado empezó a hablarle al científico -al que no había reconocido porque entonces no se conocían los rostros de los famosos como ahora que salen continuamente en los medios de comunicación-, de las muchas amistades que tenía entre  las distintas personalidades famosas de la época. Ramón y Cajal escuchaba el interminable parloteo de aquel hombre que hablaba de los descubrimientos científicos que habían sido noticias en los últimos días, y daba su opinión ante el asombrado  histólogo que le escuchaba sin interrumpirle a pesar de los disparates que decía su compañero de viaje, por eso de que la educación y el respeto al prójimo está siempre unida a la superioridad intelectual y moral de un ser humano.
      El viajero parlanchín le decía que todos los datos que ofrecía sobre esos temas científicos de los que hablaba se los había oído decir a su íntimo amigo, el Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal. El científico le escuchaba entre el estupor y la irritación, ante la ignorancia mostrada por su compañero de viaje y la osadía de citarle a él como el autor de los disparates que el buen hombre iba diciendo. Cuando llegaron al destino de ambos que era la última estación, el viajero cuentista y fantasmón, sacó una cartera de mano, de ella extrajo una tarjeta de visita y se la ofreció al científico muy ceremoniosamente diciéndole.: "Me encantaría que si en algún momento quisiera visitar mi ciudad, volviéramos a vernos y charlar un rato sobre estos temas científicos que he comprobado que a usted también le interesan. Mi nombre es Fulano de Tal, fabricante de tejidos en tal ciudad X. Estaré encantado de invitarle a probar los excelentes caldos que tengo en mi bodega ". Ramón y Cajal, tranquilamente, cogió la tarjeta y estrechándole la mano al hombre, le respondió: "Ha sido un placer conocerle y oírle porque he aprendido mucho de usted en este viaje. Mi nombre es Santiago Ramón y Cajal, histólogo y Premio Nobel de Medicina. Aquí tiene mi tarjeta para que podamos seguir  cultivando la estrecha amistad que mantenemos desde hace tanto tiempo, aunque no podré invitarle a mi bodega personal porque soy únicamente un pobre científico". Naturalmente, el otro viajero se quedó callado definitivamente, mudo de asombro y vergüenza.
        Por eso, imbécil, supuesto amigo de famosos, caradura sin paliativos, siempre te atreves a hacer lo que cualquier persona normal y sensata no haría por las consecuencias que pueda tener. Un ejemplo de ello, es la usurpación de personalidad de  una tercera persona -o aunque dé su consentimiento, en ocasiones, para seguirte la broma que según tú vas a gastar a un tercero-,  de quien el imbécil está usando su nombre y haciéndose pasar por el suplantado. Lo haces en las redes sociales, en las que muchos famosos reales han tenido que denunciar el uso fraudulento de su nombre por parte de algún otro imbécil  que intenta así llamar la atención de cualquier incauto que se crea  que es el famoso de turno -porque  el imbécil por sí mismo no es capaz de despertar la más mínima atención-, y empieza así a propalar rumores, dar opiniones sobre terceras personas, o comentar supuestos hechos del famoso suplantado que muchas veces dañan el nombre y el prestigio de este último que tiene que recurrir a la denuncia correspondiente. Si  el atrevimiento llega a usurpar la identidad de un famoso con el peligro que ello conlleva por los muchos seguidores que tiene en las redes y es fácil ser detectado, mucho más se atreve con personas anónimas -eso sí sin poner nunca foto en el perfil falso que crea en las redes sociales-, porque el nombre de dos personas puede coincidir, pero la cara es imposible.
     El imbécil, o seas, tú, que siempre eres osado por mentecato, mandas correos electrónicos en nombre de terceras personas, muchas veces con bromas de mal gusto, para ver si el destinatario se cree que el supuesto remitente le ha escrito, sea un personaje conocido o no, intentando crear así la duda en quien recibe el mensaje de si esa persona    -en el caso de que exista y conozca-, que es  la suplantada, le ha podido enviar un  email que le parece inconcebible que haya escrito, poniendo así en peligro la amistad o relación existente entre ambas. Cuando no, se inventa un personaje ficticio y comienza a bombardear a la víctima de dicha correspondencia con todo tipo de mensajes con contenido variopinto que demuestran la insania mental del/la imbécil que quiere demostrarse que es más listo que nadie -porque tiene un complejo de inferioridad manifiesto que le genera ese deseo constante y enfermizo de poner a prueba alguien a quien envidia para demostrarse a sí mismo que  le puede engañar y hacer creer lo que quiera- y, por ello, intenta tener "en ascuas" a quien es el destinatario de sus demostraciones de  imbecilidad para ver cómo reacciona y qué hace.
          Naturalmente, todo tiene un límite y la paciencia también, por eso, quien tiene la mala suerte de tropezarse con un/a imbécil, o sea, tu congénere, cuando descubre su verdadera naturaleza, lo mejor que puede hacer es apartarse de su camino o, si corresponde, poner la denuncia correspondiente cuando el imbécil traspasa límites intolerables. Lo que sí puede tener seguro es que el imbécil no cambiará nunca. La imbecilidad va en sus genes, unida a sus frustraciones, a su mediocridad, a su propia sensación de fracaso, a su falta de ética y a la ausencia del más mínimo sentido de autocrítica que le advierta que está haciendo el más absoluto ridículo y que corre un gran peligro cuando infringe la ley.  
            Como, desgraciadamente, abundáis mucho, algunos  imbéciles buscáis el apoyo de otros semejantes -por eso que dice que la unión hace la fuerza-, en una simbiosis en la que el que tiene menos que perder, o más que ganar, hace el trabajo sucio o da la cara, porque en ambos existe la misma falta de escrúpulos, la misma vanidad y prepotencia que tenéis en común y por ello os reconocéis rápidamente. El imbécil, solo o acompañado, no deja de mostrar nunca que la imbecilidad no tiene cura porque siempre subyace debajo y la nutre la más absoluta inferioridad, mediocridad y envidia.
          Por eso, imbécil, si quieres un consejo, procura no demostrar demasiado que lo eres, aunque sólo sea para que quienes ya te conocen no terminen despreciándote aún más; y quien aún no sabe de tu imbecilidad no empiece a sospecharla demasiado pronto. Sólo hasta que no te conocen, imbécil, tienes cancha porque, a partir de entonces, juegas tú sólo/a.
     Recuerda otra frase del genial Woody Allen: "La ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil, mientras que al revés es imposible".

            Atentamente.