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lunes, enero 29, 2007

Carta abierta a una anoréxica


Te escribo a ti, paciente de anorexia, enfermedad que no hay que explicar en qué consiste porque está tristemente de actualidad, con la duda de que no leerás estas líneas que tratan sobre el terrible mal que padeces y del que ni siquiera quieres oír el nombre y por ello intentas evadir cualquier tema de conversación, libro, artículo o mención de esa palabra maldita en la que no te reconoces, en esa continua negación de la realidad en la que te hayas inmersa desde tu propio universo cerrado y excluyente de todo aquello que no sea la consecución fatal de que disminuya el peso y volumen de un cuerpo, el tuyo, al que no admites en su apariencia actual, en este presente oscuro en el que vives, ni en ese futuro incierto en el que, sin querer aceptar la consecución lógica de esa lucha a muerte con tu propia naturaleza, te espera y que será el logro terrible que ansias que no es otro que desapareza definitivamente ese cuerpo que detestas, aunque no le llames así al objetivo confuso y disparatado de tu propia autoinmolación. Sabes que ese final no será otro que la muerte, definitiva e irremediablemente, si no luchas contra tu pulsión suicida y dejas de martirizar a ese cuerpo esquelético, maltratado y desgastado por tu propia e irrevocable decisión de acabar con el sufrimiento atroz que padeces y que te lleva a buscar, supuestamente, en la apariencia de tu cuerpo esa perfección que anhelas y que, sarcásticamente, es lo más parecido al que presentaban los supervivientes de los campos de exterminio nazi, demacrados hasta el límite, exhaustos y moribundos en su extrema delgadez a causa de la maldad humana sin límites que esculpió en sus dolientes carnes de víctimas propiciatorias los horrores que la mente humana puede crear.

Ya sé que tú buscas la perfección, aunque sea a costa de tu propia vida, en esa enajenación en la que te hayas y que te hace verte gorda aunque sólo seas ya un simple esqueleto andante, sin fuerzas para sonreír, soñar y disfrutar en tu presente oscuro por tu propio designio, siguiendo las directrices enloquecidas de una sociedad que te hizo creer que la felicidad, el éxito y el amor sólo puede ser conseguido y merecerlo si se cumplen unos cánones de supuesta belleza, terribles y antiestéticos, en los que el cuerpo se ve constreñido a ir contra su propia naturaleza, y contra su herencia genética que marca estatura, complexión y hasta la tendencia a la delgadez o la obesidad, sin que nada pueda hacerse para cambiar esos códigos indescifrables de los que todos somos su producto, su resultado final y su plasmación en carne mortal. Es esa sociedad que busca la apariencia, la forma por encima de la esencia, la que te ha llevado a creer que si pesas los kilos que te corresponden por edad, estatura y constitución, sin esas flaquezas enfermizas, espantosas y artificiales tan poco estéticas, no eres atractiva ni estás dentro de los cánones establecidos por no se sabe quién, ni por qué oscuros intereses que intentan borrar del cuerpo femenino todas sus curvas, los atributos de su feminidad y hasta convertirlos en un saco de huesos con delgadeces cadavéricas, en el que la vida parece estar ausente, la salud y la alegría que son siempre los únicos atributos de la verdadera belleza.

Es curiosamente paradójico y terrible que sólo en las sociedades industrializadas occidentales se produce este maligno fenómeno de la anorexia, pandemia mortal que está asolando a una gran parte de la juventud de los países más ricos en los que la tasa de jóvenes y adolescentes que padecen este terrible mal ya es de un 1% y, además, 1 de cada 20 casos ya es varón, y existe la nota alarmante de haberse constatado un fuerte incremento en los últimos cinco años y que aparece este mal en edades cada vez más tempranas. Es sólo en aquellas sociedades de economía fuerte -en las que no se tiene que luchar para sobrevivir en los límites de la más absoluta pobreza como sucede en países del tercer mundo en los que no existe esta lacra de la anorexia porque allí el problema, contrariamente, es la lucha diaria contra la miseria para obtener los recursos que permitan la mínima subsistencia en niveles de carencias absolutas- donde aparece este demonio de la anorexia, en el que el enfermo que la padece lucha para morir, aunque sea con la disculpa falsa -que se cree realmente- de que quiere buscar una perfección estética en la consecución de un cuerpo atormentado y maltratado por la anorexia, librando la batalla mortal contra sí mismo porque es el enemigo que tiene más cerca, más vulnerable y más débil, porque a través de esa negación de la realidad de su propia pulsión suicida que padece todo anoréxico se esconde la terrible realidad de que no es a su cuerpo al que no acepta, sino a su propio yo, y para poder proyectar su rechazo en algo ajeno a sí mismo necesita enfocarlo en su propia imagen, convirtiéndola así en algo ajeno, en “el otro”, en el enemigo a quien debe vencer a fuerza de negarle los alimentos y los cuidados mínimos que un ser vivo necesita.

Naturalmente, quien puede y debe ayudarte son los profesionales de la medicina y la psicología, además de necesitar el apoyo necesario e insustituible de la familia que es importante para tu recuperación -sino total al menos parcial, porque esta enfermedad es una adicción a no comer, por extraño que pueda parecer, de la que uno nunca se cura como de otras muchas también peligrosas que requieren la vigilancia constante por parte del afectado para no recaer nuevamente en la misma espiral de agresión hacia sí mismo como son todas las adicciones-; pero quien de verdad es necesario para tu curación es alguien a quien tienes más cerca y no es otro que tú misma, porque no es suficiente con que afirmes que “quieres curarte”, sino que debes tomar conciencia de que es un mal que tú solaa te has creado y de ese infierno, si tú no deseas y luchas por ello, no podrás encontrar nunca la salida y para ello es necesario que aceptes tu condición de enferma, tu necesidad perentoria de ayuda urgente por parte de médicos, psicólogos, familiares y amigos, pero sobre todo de ti misma, para que dejes de mirar a tu cuerpo como al enemigo a destruir y consideres que ese cuerpo, soporte biológico que sustenta tu propia vida, no es el culpable de tu insatisfacción, de tu frustraciones y de tu deseo compulsivo de perfección, sino la víctima en la que depositas todo el rechazo que sientes por ti, por tu personalidad, por tus imperfecciones propias de todo ser humano, por tus fracasos y por tu falta de autoestima a la que tratas de matar de inanición para que no sólo pierda peso, disminuya de volumen y desaparezca, porque en ese cuerpo que te parece ajeno, y por eso lo rechazas, estás volcando tu falta de aceptación de tu propia vida, de tus limitaciones humanas, por ello inevitables, y a la falta de amor que sientes hacia todo y hacia todos, familiares incluidos, y por eso los castigas con el sufrimiento y las preocupaciones que sabes que les provoca tu anorexia; pero, especialmente, sientes poco o ningún amor hacia ti misma, esa “otra persona” a la que enajenas de tu propio ser para proyectarla en ese cuerpo maltratado y famélico que pide socorro silenciosamente a los demás, pero sobre todo a ti que se lo niegas porque quieres castigarlo por ser como es y no como quisieras que hubiera sido y no, precisamente, en el aspecto físico y eso tú lo sabes, sino en otras cuestiones que ni tú misma eres capaz de comprender y analizar en ese marasmo de confusión y proyecciones en el que vives y que te provocó llegar hasta el punto en el que ahora está, balanceándote entre la vida y la muerte en un peligroso juego que sabes que te puede llevar hasta la tumba, o mejor dicho, llevara a ese otro ser que proyectas en tu cuerpo, como si tú y él pudiérais sobrevivir la una sin el otro.

Por supuesto, que en la actualidad se ha encendido la luz de alarma, en esta sociedad de idiotez, frivolidad y exceso de bienestar, y las pasarelas han empezado a unirse, primero tímidamente y ahora con mayor decisión y firmeza, para no aceptar a modelos que no tengan el peso mínimo correspondiente y el porcentaje de masa muscular que entre en los parámetros exigidos a cada una por edad y talla en un estado normal de salud, sabiendo que la imagen de las modelos son un reclamo que marcan tendencias, modas y desmanes como la obsesión de conseguir una talla 34, propia de una niña de doce años, a mujeres veinteañeras, en una negación de los más mínimos condicionamientos y exigencias que requiere la naturaleza para conservar la salud en niveles aceptables.

Por ello, no sigas luchando contra tu propio organismo para conseguir perder más kilos, sino emplea ese esfuerzo, las pocas energías que ahora conservas y tu decisión de salir de ese oscuro túnel en el que te has metido –uno de los muchos que se abren para los más jóvenes, vulnerables e indefensos como sois-, pero aceptando que el problema no son los kilos que, según tú, te sobran, sino otras cuestiones de inseguridad, baja autorestima y complejos que nada tienen que ver con el físico, sino con la psiques y el complejo mundo de laberintos desconocidos y misteriosos que toda mente crea y en los que nos esperan sorpresas y descubrimientos inesperados en ese mundo enigmático que todos somos para los demás y, especialmente, para nosotros mismos.

No estás sóla en esta lucha, porque hay muchos millones de seres en este mundo que se debaten como tú en la oscura noche de la anorexia -o de la bulimia la otra cara de la misma moneda- y además tienes a tu lado a tu familia que quiere que te cures, a los médicos, psicólogos, y a tus amigos que intentan ayudarte y hacerte comprender que te estás matando por algo que ni tú misma sabes qué es, ni cuál es la causa que origino ese infierno. Y, por encima de todo, está a tu lado, aunque no seas capaz de oirlo, verlo ni advertir su presencia, ese ser que desde el lugar más profundo de tu corazón está pidiendo socorro, ayuda y un poco de amor y ese ser no es “el otro” que ves en el espejo, eres tú misma que necesitas que oigas ese grito de socorro y le tiendas la mano, re reconozcas en esa súplica, en ese dolor que te muestra cada vez que te miras en un espejo y ves “eso” que te horroriza, a lo que no reconoces como la parte física de ti misma, y junto a ese cuerpo martirizado hasta la extenuación puedas salir del infierno en el que vives, en el que vivís tu cuerpo y tu mente, para empezar a vivir de verdad, aceptando quién eres, quién te está torturando que no es otra persona distinta a ti y quien es tu única salvación posible: tú y sólo tú, aceptando la simbiosis necesaria de mente y cuerpo que conforma tu propia identidad individual, igual y diferente a todos como cada ser humano, y podrás así empezar a quererte, a respetarte y a aceptarte, sin maltratar ni castigar a “eso” que te es ajeno y por eso lo rechazas como es tu cuerpo, en el que vives, en el que moras y en el que podrás, si lo deseas y luchas por ello, anidar y alcanzar la esperanza que toda vida ofrece y en la que podrás conseguir algunos de tus sueños, como todos los humanos, aceptando la imperfección que nos define y que nos impulsa a vivir para superarlas.

Pide ayuda médica y psicológica, si no la estás recibiendo en la actualidad, al igual que cuentas con el de todos los seres de buena voluntad que te rodean y te están esperando muy cerca de ti, para que vuelvas de ese exilio interior al que un día te condenaste.

¡Ten valor, ánimo y mucha suerte en la dura lucha que te espera o estás ya librando! La vida, alegre o triste a ratos, generosa o terrible en otros, pero siempre fascinante, maravillosa y pródiga, te está esperando.

Te deseo lo mejor. Sinceramente.

Ana Alejandre

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