Me dirijo a ti, hombre o
mujer que has sobrevivido a un intento de suicidio o está pensando en llevarlo
a cabo por primera vez -aunque el género masculino se alza con el triste récord de ser el que
más utiliza este trágico método para dejar este mundo, con un 77%, contra el
23% protagonizado por las mujeres, según datos de 2012 de suicidios cometidos
en España-, para hacerte una serie de reflexiones, si me lo permites y no estás
tan inmerso en tu angustia y desesperación que te impide pensar en otra cosa que no sea la de
poner fin a tu vida de una vez por toda y dejar de sufrir la desesperación que
te anega.
Comprendo que es difícil, para
quienes no atravesamos esa crisis existencial que no deja ver otra salida que
el suicidio, poder ponerse en tu piel y llegar a sentir tal angustia y
desesperación en las que tú estás viviendo día a día, pues nadie que es
medianamente feliz -o a ratos fugaces, como sólo se puede ser en esta vida-,
puede querer adelantar su tránsito de este mundo al otro por la falsa puerta
del suicidio. Y digo que es falsa porque podemos estar seguros de que de esa
forma se pone fin a la vida, al ser, pero no tenemos la completa certeza de lo
que nos aguarda en la otra orilla de la vida que es la muerte. Para los
creyentes existe otra vida después de esta terrenal; pero para los no
creyentes no existe nada más y,
muriendo, se acabó todo. Como ambas posturas son simples creencias, sin que se
haya podido demostrar la validez de ninguna de ellas -aunque los partidarios de
una u otra las creen a pie juntillas-, cabe la posibilidad de que, quien
intenta suicidarse para acabar con sus sufrimientos, pueda caer en otra
dimensión en la que siga padeciendo por haber tomado esa terrible decisión de
una forma que nos resulte inimaginable en esta otra.
Ante esa incógnita que representa la
muerte y lo que hay más allá -si lo hubiera-, habría que decir que quien desea
morir, como es tu caso, quiere hacerlo no por apego a la muerte, sino por miedo
a la vida, como decía Lope de Vega "Quien desea morir, teme a la
vida". Es decir, se elige el opuesto a lo que hace daño, a lo que tortura
en esta vida, porque se huye del dolor, aunque sin que se desee el encuentro
con la muerte más que como forma de salir de una existencia que duele. La
muerte se convierte así en una aliada, y la vida en una feroz enemiga. Entre
dos males el suicida elige el que cree menor, pero dentro de la oscuridad que
le envuelve en los terribles momentos en los que elige morir, aunque sin saber
qué le espera al otro lado de esto que llamamos vida.
El suicida lo que intenta hacer no
es similar a lo que hace quien salta desde una gran altura, para huir de las
llamas que le rodean en un edificio que arde. Entre dos tipos de muerte segura,
prefiere la menos dolorosa y más rápida. El suicida entre la vida y
la muerte, elige la segunda para
huir del sufrimiento de vivir, porque cree que es la única forma de dejar de
hacerlo intentando cambiar la vida-muerte que padece por la muerte a secas.
El suicidio se conoce desde épocas
muy tempranas de la civilización
occidental, pues ya en la Europa antigua, especialmente en la Roma imperial, el
suicidio se consideraba como un acto honroso y no se condenaba. Por ello, los
antiguos romanos, influenciados por los filósofos estoicos, reconocían muchas
causas lícitas para llevarlo a cabo. Séneca, lo reconocía como el último y
legítimo acto de una persona libre.
Desde que el cristianismo se
expandió, el suicidio se considera un pecado, y fue objeto de debate en varios
concilios de la Iglesia que condenaron su práctica y se decretaron
disposiciones para que a los que cometieran suicidio se les negara los rituales
ordinarios de la Iglesia en sus funerales. También, la Iglesia Romana Católica
durante la Edad Media reiteró la condena expresa de esta forma voluntaria de
morir, lo que provocaba la confiscación de todos los bienes del suicida y su cadáver
sufría toda clase de vejaciones. Este rechazo expreso del suicidio sigue
estando vigente en las religiones cristiana, judía e islámica.
Fue en la última década del siglo
XIX, concretamente en 1897, cuando Émile Durkheim (1858-1917), teórico francés
y uno de los mayores exponentes de la sociología moderna, afirmó que el
suicidio era más un fenómeno sociológico que un acto individual. Afirmaba que
su causa era una mala adaptación al entorno y una falta de integración social
del individuo suicida.
También clasificó el suicidio en
cuatro tipos: egoísta, altruista, anómico y fatalista, y cada uno de ellos era
consecuencia de ciertas condiciones sociales. Por ello, el suicidio egoísta es
consecuencia de una muy débil integración social y el altruista, en cambio, es
de una fortísima integración del individuo que le puede llevar a inmolar su
vida en beneficio de la comunidad.
Por otra parte, el suicidio anómico
y el fatalista vienen asociados a una débil regulación por parte de la
sociedad, el primero; mientras que el segundo está provocado por una excesiva
regulación social, de lo que puede ser ejemplo una sociedad como la japonesa,
país en el que hay un gran porcentaje de
suicidios, cuya tasa se ha elevado en 2012 en un sobrecogedor 20%.
Desgraciadamente, en el mundo muere
una persona por suicidio cada 40 segundos, según informe de la Organización
Mundial de la Salud, y la cifra asciende hasta el millón de personas que mueren
anualmente en el mundo por dicha causa. Además, la escalofriante cifra de veinte millones de tentativas de suicidios al
año es lo suficientemente esclarecedora de la magnitud de este grave problema
que aumenta por momentos, ya que en los últimos años ha aumentado un 60%, según
la OMS. Además, dicha organización afirma que, según los datos con los que
cuenta, un 5% de la población mundial intentará, al menos una vez en su vida,
suicidarse.
Lo extraño es que los países
considerados como "más felices", en términos de prosperidad y calidad
de vida, son aquellos que muestran mayor tasa de suicidio en comparación con
los de menor calidad de vida o considerados "menos felices", en una
extraña paradoja que los especialistas tratan de justificar en que las personas
desdichadas que viven rodeadas de un entorno aparentemente feliz, son más
propensas a suicidarse por dicho motivo, ya que se sienten ajenas a dicha
felicidad o bienestar que las rodea. Por eso, los países con mayores problemas
de carencias básicas o pocos desarrollados, son los que tienen menos índices de
suicidios, ya que la búsqueda de recursos para sobrevivir en un entorno poco
favorecido en el que todos los ciudadanos tienen un nivel similar de vida y de
problemas, hace que disminuya el deseo de morir.
Los países del Este de Europa como
Lituania y Rusia son los que tienen una mayor tasa de suicidio, y el resto de
Europa, Estados Unidos, Perú, Colombia, Brasil y Méjico están en el medio de la
lista, siendo los países de América central y del Sur, los que menor tasa
tienen. En cuanto a África y
Asia no existen estadísticas al respecto.
Pero a ti, suicida potencial, no te
interesan las estadísticas, sino la explicación a esa pulsión de muerte que
sientes tan intensamente, tengas o no motivos objetivos para desearla. Pues,
bien, la mayoría de los expertos sociales, opinan que el suicidio es una
manifestación de la complejidad humana, en la que intervienen diferentes causas:
biológicas, psicológicas y sociales. La psiquiatría he demostrado, sin lugar a
duda, de que en los casos que han sido estudiados siempre existe un factor
depresivo intenso. También, otras opiniones científicas afirman que hay
personas que biológicamente están más propensas a las depresiones y, por ello, al
suicidio.
Además, los psicólogos y sociólogos
afirman que hay otras muchas causas o factores determinantes del suicidio, como
son influencias personales y situacionales que pueden incitar al suicidio.
Entre éstas se pueden citar la pérdida de seres queridos; o bien, por venganza
hacia otra persona a la que se acusa de ser la causante del suicidio por el
sufrimiento que ha llevado al suicida a tomar tan trágica decisión, lo que
manifiestan en cartas o notas que dejan antes de suicidarse. Además, la causa
mayoritaria del suicidio es la percepción por parte del suicida de que la vida
le resulta insufrible y busca en la muerte el alivio a su dolor, porque se
convence que no es capaz de cambiar las graves circunstancias que le llevan a
querer quitarse la vida. La muerte es, por tanto, para quien desea suicidarse
una declaración implícita de impotencia y derrota ante las adversas
circunstancias que sufre.
No sólo las difíciles y, algunas
veces, terribles circunstancias personales son las que llevan al suicidio, pues
también las graves situaciones generales como pueden ser la guerra, las convulsiones
políticas, las crisis económicas como la
que sufre España en los últimos años - la que ha aumentado en un 13% el número
de suicidios en 2012; con respecto a años anteriores-, las pandemias y
hambrunas, como sucedía en épocas anteriores, también pueden incitar al
suicidio. Esto se demostró entre la población joven de Alemania, una vez
finalizada la I Guerra Mundial, y en Estados Unidos en plena crisis de 1929.
Anteriormente me he referido a los
veinte millones de tentativas de suicidio al año en todo el mundo, pero los
expertos hablan de que hay que diferenciar las tentativas reales que son una
forma de pedir ayuda -y que si no la consigue el suicida puede intentarlo de nuevo de una forma más eficaz
para conseguir el resultado de muerte-, de aquellas otras que son únicamente un
intento de manipulación psicológica y emocional de los familiares, en forma de tentativa
o amenaza de suicidio que sólo busca controlar y manipular las emociones y los
actos de los más allegados al supuesto suicida.
Actualmente, el suicidio es ilegal
en muchos países occidentales o está totalmente condenado por la propia
sociedad en otros muchos, especialmente en aquellos países que cuentan con una
mayoría católica. Sin embargo, esta actitud no es universal, ya que hay países,
sobre todo de cultura oriental, como la India o Japón, entre otros, en los que
el suicidio por determinadas causas y formas se consideran un acto con carácter
honroso, en unos países, o sagrado en otros, y aceptado mayoritariamente. Un
ejemplo de ello es el de la antigua práctica del harakiri en Japón, forma por la que una persona que había cometido
un acto vergonzoso o contrario a la moral social, conseguía borrar su
indignidad clavándose una daga en el vientre. También, en dicho país, los
pilotos kamikazes, durante la II Guerra Mundial, consideraban como un gran
honor el acto morir en misiones suicidas que consistían en estrellar sus
aviones contra objetivos enemigos, A su vez, en la India se acostumbraba a
realizar el sutee, ceremonia en la
que la viuda tenía que inmolarse en la pira funeraria de su marido, costumbre
que se mantuvo hasta finales del siglo XIX. En el Tibet, también existe entre
los practicantes budistas la inmolación a través del fuego, como forma de
expiación o sacrificio supremo por una determinada causa, de lo que sirve de
ejemplo los llamados bonzos que morían impávidos envueltos en llamas en
protesta por cuestiones de índole política o religiosa, los que llenaban los
medios de comunicación con sus terribles imágenes.
En la actualidad, esta terrible
opción sigue teniendo iguales formas de suicidio que en el pasado. Aunque, las
estadísticas no son del todo fiables ni completas, porque hay sociedades más
cerradas que otras que oculta estos datos por estar considerado el suicidio un
estigma para quienes lo llevan a la práctica y se ocultan dichos datos. Sin
embargo, sí se constata que en los países de mayoría católica es donde menos
suicidios se cometen, aunque algunos autores opinan que es debido a que en
estas sociedades se suelen ocultar más esta trágica realidad que en culturas
descreídas.
También, algunos autores creen que
el aumento progresivo del número de suicidios se debe a que los sistemas
estadísticos ofrecen unos resultados más fiables y que ha desaparecido en la
mayoría de los países occidentales la fuerte carga de estigma social que tenía
antes.
Algunas de las causas que pueden
explicar el aumento del suicidio en aquellas naciones más desarrolladas es,
quizás, a juicio de los expertos, que el aumento de la esperanza de vida trae
consigo que muchos ancianos con enfermedades terminales o que han sufrido la
pérdida del cónyuge, piden la eutanasia en el primer caso, y se suicidan en el
segundo supuesto de sufrimiento psicológico. Algunos países como Holanda y
Bélgica ya tienen legalizada la eutanasia lo que ha elevado esta forma de
suicidio asistido.
Por todo ello, y según la opinión de
los expertos, el suicidio está en aumento debido a la sensación de vacío, de
falta de valores que le den sentido a la vida, así como el desarraigo y la
soledad del individuo en una sociedad alienante, materialista y desprovista de
principios morales y éticos como es la de los países industrializados y
desarrollados, abocada a sus propias contradicciones a las que no puede dar
respuestas válidas. Todo esto hace que el ser humano se encuentre perdido y
desorientado, creyendo que la muerte es la solución a unos problemas que le
parecen insolubles, insoportables e ineludibles, cayendo así en el profundo
pozo de la desesperación, la angustia y la depresión.
Por todo ello, desconocido amigo/a
que lees estas líneas y estás pensando en el suicidio, quiero pedirte que recapacites
en tu decisión, si es que ya lo tienes decidido, y pienses -especialmente si
eres joven y estás acostumbrado a los medios audiovisuales-, que el suicidio no
es un video juego en el que después del "game
over" se pueda volver a jugar la misma partida desde cero, porque una
vez que se ha cruzado la frontera que separa la vida de la muerte, ya es
irreversible y no hay marcha atrás ni posibilidad de comenzar una siguiente
partida que es inexistente.
Vida
no hay más que una y la tuya, concretamente, es única, irrepetible y valiosa,
como la de todo ser humano. No la desperdicies, porque con tu posible suicidio
sólo añadirías más dolor a tu familia del que ya pueden sentir por los
problemas que te han llevado hasta esa fatal decisión. Piensa que no estás solo
en el dolor, porque hay muchos millones de seres que sufren situaciones dramáticas
y terribles, pero luchan por su supervivencia, quizás, porque los que han
vivido siempre desprovistos de todo lo demás, no renuncian a su único y valioso
don que es la vida, único bien al que se aferran con todas sus fuerzas, su
dolor, su coraje y su capacidad de resistencia, esperando y soñando en un
mañana mejor que el terrible hoy que viven día a día, pero sin perder por ello
la esperanza.
No te castigues por tus fracasos,
por tus decepciones, ni te culpes por el dolor que sientes o por el que has
hecho a los demás, pagando con tu vida un precio demasiado alto que, además, no
resolvería nada, ni arreglaría las consecuencias de errores pasados, ni
devolvería la sonrisa a tus allegados, a quienes te quieren y necesitan. Sólo
conseguirías con tu muerte añadir más dolor a su dolor, pero de una forma
estéril, siniestra, oscura y terrible que no aportaría nada y dejaría marcados
para siempre a quienes te rodean.
Para tu sufrimiento o depresión pide
ayuda profesional, y busca consuelo en quienes te quieren, en familiares y
amigos. Busca entre ellos a la persona idónea para hablar, para desahogarte y
echar fuera todo el dolor que te anega. Acuérdate de la frase de Shakespeare
cuando decía:"Dad palabra al dolor.
El dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe".
Piensa en aquellos momentos en los que
te sentiste feliz, aunque sólo fuera un instante fugaz, y no te niegues a
aceptar que esos días de vino y rosas pueden volver a iluminar tu vida con el
destello fugaz de su cálida luz que ilumina toda vida en momentos de plenitud
que, aunque sean fugaces, son suficiente para darle sentido y valor a una
existencia. Esas buenas vivencias vívelas en el recuerdo y piensa que si un
día, por lejano que fuera, las viviste, el futuro te puede reservar otras,
aunque ahora rechaces esa posibilidad en este presente atroz en el que te
sientes morir de angustia y desesperación.
No olvides que quien más te necesita
ahora y siempre eres tú mismo/a y no puedes abandonarte, ni negarte esa ayuda y
consuelo que necesitas en estos momentos de tinieblas. No conviertas tu dolor,
tu desesperación, en un verdugo. Conviértelo en un aliado y también en un
maestro que te enseñará, si sabes escucharlo, a encontrar el sentido de todo lo
que te ocurre, de esa infinita desesperación que sientes y, poco a poco, te irá
señalando la salida del profundo y negro túnel que está atravesando, pero
piensa que siempre, al final, hay una luz que indica la salida; pero para verla
hay que tener los ojos abiertos y la mirada atenta. No cierres los ojos en la
oscuridad que te rodea, porque a pesar de las negruras siempre hay pequeños
destellos de luz que te ayudarán a ver en la espesas oscuridades que te
envuelven.
Me vas a permitir que te recuerde
una frase del genial Charles Chaplin, el humorista que siempre hacía llorar y
reír al mismo tiempo, y que conocía demasiado bien la desgracia, la penuria y
la soledad durante muchos años antes de ser un artista famoso. Chaplin decía
"La vida es maravillosa si no se le tiene miedo".
Sólo hay que tenerle miedo al miedo,
a la irrenunciable aceptación de la derrota vital y a la muerte.
Espero y deseo que encuentres una
chispa de luz en tu actual camino por la oscuridad de un presente atroz y que
tengas la posibilidad de vivir el hermoso futuro que tú sólo puedes negarte si cierras los ojos
para no ver que a la oscuridad se la vence siempre encendiendo una pequeña
llamita de esperanza, ésa que ahora te falta y su vació lo llenan tus ganas de
morir.
Sincera y cordialmente.