![]() |
James Joyce y Nora Barnacle |
Siguiendo
con el ciclo dedicado a los epistolarios y a las cartas de amor de personajes
famosos, seguimos, en esta ocasión, con las que escribió James Joyce a su
mujer, Nora Barnacle, compilación que se debe a su mejor biógrafo, Richard
Ellmann –las cartas fueron escritas con fechas de diferentes años y etapas de
la vida de Joyce-, aunque la mayoría
corresponde al periodo que transcurre entre 1904 a 1909, pero, también, las hay,
fechadas entre los años 1911 a 1920.
Las ciudades
desde las que envía tan apasionada correspondencia son varias: Dublín,Trieste y
Londres, lugares que conforman la etapa errática de Joyce, por lo que en dicha
correspondencia vamos oyendo la voz
desarraigada de un hombre y escritor que no era lo que se consideraba un
cortesano, en el sentido actual del término, a pesar del contenido
amoroso-erótico de dichas cartas.
A Joyce le sucede como a otros grandes genios
del arte y la cultura: no se siente atraído por las mujeres refinadas y cultas.
Nora Barnacle era una mujer de una estrato social bajo. El propio Joyce escribe
en su ensayo sobre Blake (1902) que éste no sentía atracción alguna por dicha
clase de mujeres sofisticadas y refinadas. Aunque, parece que habla de sí mismo
cuando afirma que, en su pronunciado egoísmo, prefería que el alma de la mujer
amada fuera creada de forma lenta y con
gran esfuerzo por parte de él; es decir, desea convertirla en un ser de
creación propia, al igual que crea los personajes de sus obras literarias, sin que ella tuviera autonomía ni personalidad
hecha y anterior a su relación con él.
El papel que le asigna a Nora es de mera
oyente de sus confesiones, por lo que cualquier palabra de Nora, por
insignificante que fuera, tendría la máxima importancia para él, como afirma
Joyce en una carta refiriéndose a la
correspondencia que mantiene con ella.
Todas las cartas que dirigió a Nora Barnacle
tenían un deseo de exhortar, suscitar y provocar igual deseo y ardor que el suyo
en el cuerpo femenino que lo fascina desde la lejanía. Por ese motivo, escribir
dichas cartas es un acto necesario y recomendable para él, según lo explica,
admitiendo que hay algo obsceno y lascivo en el propio aspecto de las cartas,
al igual que su sonido al leerlas que
recuerda el propio acto sexual por ser igual de breve, irresistible, brutal y
dominador.
Dicha analogía entre carta y acto amoroso
para él es una forma de alcanzar o, al menos, llegar a tocar algo imposible;
por ello, cuando intenta suprimir toda distancia con la mujer deseada sólo
alcanza la desesperación.
A Joyce, pues, le sucede, como a todo gran
escritor que tiene, entendido como acto de creación, “sus cartas”. Al igual que
sucede a Flaubert, León Bloy, Kierkegaard y Kafka, siempre tienen como
destinatario de sus misivas a la persona más adecuada para recibir la obra que
está creando el remitente, como si aquel fuera una premisa necesaria para cada
texto escrito, sin que esto suponga una nota narcisista en su autor. Todo parece indicar que entre el
remitente y el destinatario no existe fusión o unión intelectual, sino
interpelación al destinatario como forma de provocación o para conseguir una
determinada reacción en éste, además de un desahogo emocional y psicológico del
remitente.
En el caso de Joyce, no escribe intentando un
diálogo intelectual con Nora, sino para poder soportar la tensión y la
frustración que le provoca su deseo sexual no satisfecho por la distancia. Por
ello, le dice “Estoy todo el día excitado.
El amor es un maldito fastidio,
especialmente cuando también está unido a la lujuria".
Sus primeras cartas son anunciadoras
de su propósito de marcharse la pareja de Irlanda. Nora acepta irse con él sin casamiento previo. Su primer hijo nace antes de celebrarse el
matrimonio que no contraen hasta 1931, diez años antes de la muerte del autor.
Joyce, a pesar de la pasión amorosa que lo
domina, no deja de preocuparse por las ineludibles e imperiosas necesidades
económicas y la incertidumbre de una nueva residencia lejos de su país. Vuelve a narrar como se inició su historia de amor. Relata que
ha sido subyugado, iniciado por ella, y en sus diferentes momentos epistolares
cambia su visión de la mujer amada y oscila entre la degradación del objeto
deseado, Nora, y su más alta exaltación.
Por ello, Joyce se retracta y desdice y pregunta: “¿Crees que estoy algo loco? ¿O acaso el amor es locura? ¡Un instante
te veo como una virgen y al instante siguiente te veo desvergonzada, audaz,
insolente, semidesnuda y obscena! ¿Qué piensas realmente de mí? ¿Estás
disgustada conmigo?”.
Una vez
hecha esta introducción, ha llegado el momento de mostrar algunas de las
cartas, doce de un total de más de una cincuentena que forma el epistolario.
Las hay brevísimas, de tamaño medio y, también, largas; además de cubrir toda
la etapa primera del apasionado amor, la culminación y la serenidad de una
larga relación y la frialdad que sigue a tan larga historia de amor y es el
inicio de la indiferencia mutua. En ellas se encuentran el enamoramiento
primero, el deseo físico insatisfecho,
la consecución del cuerpo amado; pero, también están presentes los celos, la
duda sobre la fidelidad de la amada, el erotismo casi pornográfico, la
escatología, los términos más burdos y los más elevados. Todas estas cartas
forman un auténtico retrato del hombre que fue James Joyce. Este epistolario se
cierra en 1920, un año antes de publicar su obra maestra Ulises, y once años antes de publicar Finnegans Wake, obra a la que el propio Joyce consideraba más
importante que el estallido de la II Guerra Mundial.
Todas estas
cartas forman parte del epistolario que fue publicado, por primera vez en
castellano, con el nombre de Cartas de
amor de
James Joyce a Nora Barnacle, El
aleph.com, y traducción de Felipe Rua Nova, en el año 2000.