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domingo, abril 04, 2010

Carta a una mujer maltratada


por Ana Alejandre

A ti, mujer, sin nombre, sin rostro ni edad, porque te han querido arrebatar tu propia identidad y hasta tu dignidad, por designio de tu verdugo, de ese hombre maltratador que duerme todas las noches a tu lado, o lo hizo antes, en un pasado que no quieres recordar aunque no puedes borrarlo de tu memoria que quedó marcada para siempre con la herida imborrable de tu sufrimiento tan inmerecido como incomprensible para ti misma como para cualquier otro ser humano que sea digno de ese calificativo. Sin embargo esos recuerdos te acompañan siempre como una segunda piel, porque en ellos están grabados a ácido tus sufrimientos, aquellos que se marcaron en tu rostro o en tu cuerpo cuerpo como un siniestro mapa mundis que intentas borrar a fuerza de coraje, valentía y decisión de emprender una nueva vida, la única posible y que sólo puede estar lejos del causante de todas tus desdichas, de ese matarife del que un día creíste que era el hombre de tu vida y que, en un giro sarcástico y siniestro, puede ser, si no lo comprendes y actúas pronto, el causante de tu muerte, porque de su mano te puede venir la sentencia mortal que ponga fin a tus desdichas, pero a costa de tu propia vida..
Puede ser que todavía estés inmersa en ese infierno conyugal o sentimental, nombre eufemístico que se le da a esas relaciones en la que los únicos sentimientos que existen son los tuyos, los que sientes en carne viva y cuya herida se profundiza más cada día, al mismo ritmo que marca tu propia desesperación. Quizás, aún no has comprendido que la única salida de ese infierno está en la propia puerta de tu casa, por la que tendrás que salir y no volver a traspasar jamás, porque no esperes que él se vaya ni que abandone el lugar donde se siente el amo y señor de tu vida, de tu integridad física y psiquica y de tu lenta, pero segura, aniquilación. No seas ingenua, mujer, y no esperes que él suelte la presa, es decir tú, por un gesto de piedad, arrepentimiento o culpabilidad. Él, como tantos otros maltratadores, no son enfermos en el sentido estricto de la palabra, ni tampoco actúan así porque tú te lo merezcas y seas culpable de su propia indignidad; solamente son cobardes, miserables y se ceban en quien tienen más cerca y está más indefenso y ese alguien, víctima propiciatoria de todas su agresividad, eres tú misma, la mujer que un día creyó en sus promesas de amor y en su apariencia de hombre bueno e inofensivo, fatal señuelo que atrae así a las víctimas crédulas en una decencia inexistente en el monstruo que descubren, después, en quien sólo aparentaba ser el hombre con quien compartir el resto de sus vidas.

Si ya tomaste la decisión de marcharte lo más lejos posible de ese dechado de imperfecciones y cobardía, no te arrepientas ni mires atrás con pena. Alégrate de haber salido, si no ilesa, si viva, de las garras de quien no merece vivir su propia y ruin existencia por el deseo continuado de intenta arrebatarte la tuya, aunque hayas logrado escapar con heridas incurables en el alma, porque las del cuerpo se curan, antes o después, y también dejan cicatrices indoloras. No intentes comprender, ni menos aún, justificar la conducta de ese malnacido que te ha maltratado, o lo sigue haciendo aún, por el simple motivo de que tú eres su esposa, novia o compañera, que cometió el único delito de creer que de un psicópata -no todos son asesinos en serie, porque algunos se conforman con ser sólo asesinos artesanales, por la paciencia y laboriosidad con la que perpetran sus crímenes eligiendo la materia prima más sensible, cercana y accesible como es la que conforma la mujer con la que conviven-, se puede obtener un ciudadano honrado e inofensivo y, sobre todo, un hombre digno de tener a su lado a una mujer que le quiere como tú le has querido, porque sólo el amor puede llevar a aceptar un atroz destino como el tuyo y esperar siempre la redención de tu propio verdugo.
Al principio de tu descubrimiento de quién era en verdad ese hombre con el que convivías, te llevaste una sorpresa; después vino el desconcierto por no saber qué le sucedía ni el motivo de su comportamiento contigo; más tarde, llegó tu rebeldía lo que enfureció más a la fiera que recrudeció su violencia física o psíquica, o ambas, contra ti; posteriormente, sentiste indignación que te llevó a querer dejarle, pero no te atrevías a decírselo por miedo a sus represalias. Después vino el dolor y la pena que sentías por ti misma y te sobrevino esa falta de autoestima total en la que llegaste a pensar que eras tú la culpable y la oscuridad se cernió sobre ti porque no sabías ya quién eras, ni te sentías capaz de tomar una decisión definitiva, ya que tu agresor se encargo, poco a poco, de quitarte tu propio respeto, tu sentido de la dignidad; y, por último, empezaste a no sentir nada, a no intentar pensar, a entrar cada vez más en esa tierra de nadie en la que la desesperación y la pena hacen eficaces su tarea, al mismo tiempo que tú te sentías cada vez menos capaz de hacer nada por ti misma, ni por tu vida.

Ya sé que hace falta vivir ese infierno para comprender lo difícil que resulta salir de él; pero te aseguro que hay salida y no está en ninguna otra parte que no sea tu propio corazón, en el que debes buscar ese amor perdido hace tiempo y que no es otro que el amor hacia ti misma, pues eres la más necesitada de tu propia comprensión y de tu ayuda urgente. No esperes más, abre esa puerta maldita que te separa de la liberación y corre, corre con todas tus fuerzas antes de que sea demasiado tarde. No te quedes en los alrededores, ni en la misma ciudad, hay casas de acogidas en toda España, busca la más lejos de tu agresor y pide ayuda a los que de verdad te quieren, a tu familia, sobre todo, a tus amigos, incluso a cualquier conocido. Pero huye lejos, muy lejos, aunque ahora creas que no tienes fuerzas ya. De eso depende tu vida y tu salvación y eso es, en definitiva, lo único que importa.

Aunque no te conozco en tus diferentes rostros de mujer anónima, ten por seguro que me importas y a muchos millones de seres humanos también. Tiende tu mano y encontraras ayuda, pero no te quedes al lado de tu agresor, con denuncia o sin ella, porque lo que es verdaderamente importante es tu propia salvación, no que la Justicia, siempre ciega, lenta y, muchas veces, ineficaz, pueda hacerle justicia al monstruo del que huyes porque ni él ni su vida merecen la pena. Sólo importas tú, no lo dudes y corre.

Espero que cuando leas esta carta hayas tomado la mejor decisión de tu vida, que no es otra que haber elegido el camino de tu libertad, que es lo mismo que decir que el camino de tu salvación. Si aún, no lo has hecho, no lo dudes y actúa, piensa que lo más valioso que tienes eres tú misma, por eso toma aliento y corre lejos de tu agresor y eso es lo único que te acercará a quien fuiste antes. Sólo así podrás emprender una nueva vida que ahora, si sigues al lado de tu agresor, es sólo el camino fatal que te llevará a la muerte.

Con mis mejores deseos, te envío un abrazo de mujer a mujer.