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sábado, julio 09, 2011

Carta abierta a José Ortega Cano










José Ortaga Cano, al volante de su automóvil


por Ana Alejandre   

Maestro: aunque no tengo el gusto de conocerle personalmente, sólo a través de los medios de comunicación, le dirijo esta carta abierta, aunque que dudo que pueda leerla, teniendo en cuenta la situación tan grave que sufre en estos momentos por culpa del gravísimo accidente que sufrió el pasado día 28 de mayo, día que quedará marcado a fuego en su memoria como uno de los más trágicos que ha sufrido, y son muchos los que ha vivido a lo largo de su vida  entre muertes cercanas de seres queridos, cogidas atroces en sus días de gloria, y las cornadas que da la opinión pública, muchas veces desinformada y, otras muchas, cruel en sus veredictos dictados en juicios paralelos en los que el acusado de hechos ciertos o supuestos no tiene posibilidad de defensa alguna, porque la calumnia, la insidia, la vileza, mancha el honor, desgarra intimidades y destruye famas y vida de forma certera, cruel e irreversible.
En estos momentos en que ha salido de la UCI, en la que ha estado ingresado más de un mes  por su extremo estado de gravedad,  y ya ha podido superar las graves heridas que ha sufrido en el accidente mortal que costó la vida a un desafortunado ciudadano de 48 años que tuvo la desgracia de encontrarse en la carretera con el coche desbocado que usted conducía, es cuando su mejoría física tiene el contrapunto doloroso de saber la verdad de lo sucedido.
. El resultado de dicha colisión  fue la muerte de ese horado padre de familia que se dirigía a su trabajo al que nunca llegó, pero que ha dejado en la cuneta no sólo su vida, sino  una mujer y dos hijos que le lloran, preguntándose por qué les ha tenido que pasar esa tragedia a ellos que era una familia más, trabajadora y tranquila, que vivía con la esperanza en el futuro, farol que ilumina toda vida, y que se ha apagado por un  siniestro encontronazo con la muerte que se ha valido, en esta ocasión, de la supuesta conducción temeraria producto de la excesiva ingesta de alcohol que usted ha mostrado en los análisis de sangre que le han realizado y que mostraba una tasa de 1,26 grs. de alcohol en sangre, lo que triplica la cantidad permitida por la Ley.
Ahora que ha abandonado la UCI y los peligros que ello significa y comienza una larga, larguísima recuperación, se ha encontrado con la gravísima noticia que le ha hecho estremecerse de horror y necesitar ayuda psicológica, al saber que en el accidente ha fallecido un hombre, un ciudadano anónimo como tantos, que ha dejado otras víctimas más que son siempre los llamados “daños colaterales”, en forma de viuda e hijos, además de padres y hermanos.
            Dicen quienes están próximos a usted que desde que supo la noticia de la muerte de Carlos Parra, su estado anímico está destrozado, porque ahora empieza la triste, siniestra e  inmisericorde labor de la conciencia que le acusará sin descanso, día y noche, los trescientos sesenta y cinco días del año, porque no existe juez más duro, implacable y certero que la conciencia, cuyas secretas labores, sólo perceptible para quien se siente incriminado por ella, será quien le hará el juicio más duro, sin defensa posible, sin eximentes ni atenuantes, sin beneficios  legales a qué acogerse. Por ese motivo,  llegó a decir aquel preso famoso que fue Rafael Escobedo, cuando cumplía condena por la muerte de sus suegros, que no temía a la justicia, a la cárcel ni a la sociedad, sólo a la conciencia ,porque a ésa voz, íntima y profunda, no hay quien la acalle, quien la ignore, ni quien la venza.
            Los periódicos, la opinión pública empiezan a dar datos de la velocidad que llevaba el fatídico día del accidente, por llamadas de ciudadanos que habían denunciado a un coche de sus características y matricula que circulaba a alta velocidad por el pueblo por el que pasó de vuelta de acompañar a su hija a casa de unos amigos, con dirección a su finca donde reside. Al día siguiente, comentaban que tendría que estar en Madrid, porque debutaba un torero al que apodera. Quizás el alcohol ingerido no le hizo darse cuenta del peligro que representaba su conducción temeraria, o no le dio importancia, en ese juego mortal  de muchos conductores  que consumen alcohol antes de conducir, porque creen que dominan el vehículo y el peligro que todo coche representa para la vida, tanto de quien conduce como de los acompañantes y de quienes encuentra en su camino, porque ese asesino líquido obnubila la mente, la capacidad de razonamiento y la prudencia.
            Ahora la Ley comienza a preparar su mecanismos y engrasar sus engranajes para juzgarle cuando esté en condiciones de poder presentarse ante un Tribunal, momento por el que suspira la familia del fallecido que quiere que se haga justicia, deseo legítimo y natural de quienes se han visto dañados en lo más profundo, al perder al marido, padre, hijo y hermano.
            Sin embargo, maestro, sé que usted no teme a la justicia y a sus designios, sino a esa otra condena que ya le acompañará de por vida que es la que su conciencia, como decía antes, le va a dictar día y noche, sin descanso, sin reposo alguno y sin consuelo. Sé como cualquier persona de buena voluntad, y usted ha demostrado ser siempre un hombre bueno, cabal y decente, que usted no quería provocar daño a terceros, ni a usted mismo, porque tiene dos hijos que le necesitan mucho, después de haber muerto Rocío, la esposa y madre, justamente, hace cinco años, como si en estas fechas en las que se cumplía el quinto aniversario de su muerte, un hado fatal le hiciera encontrarse cara a cara nuevamente con la muerte, la de un tercero al que no conocía siquiera, y de la que se sentirá culpable toda la vida.
            En los días anteriores al trágico accidente, la prensa rosa, la maledicencia sin alma y sin conciencia, había abierto un frente contra usted por su supuesta homosexualidad, extremo que usted negaba. ¿Qué importa si lo es o no, en una sociedad que ha reconocido los derechos de los homosexuales hasta permitir el matrimonio, equiparándolo al de las parejas heterosexuales? Lo más curioso y sarcástico de todo, es que quienes hablaban, afirmaban e ironizaban sobre su supuesta condición sexual eran, en su gran mayoría, homosexuales reconocidos, en un doble y patético juego de que “condeno lo mismo que yo soy, aunque me vanaglorio de ello”, como si la intención única que  tuvieran esas bocas maléficas fuera obligarle a reconocer públicamente su supuesta condición de homosexual  –por eso de la famosa frase que se les atribuye al colectivo homosexual que dice: “no somos machos, pero somos muchos” y si es un valeroso torero quien confesara su homosexualidad, mejor que mejor para “el orgullo gay” que lo enarbolaría como una bandera por tener un representante entre un colectivo de virilidad siempre indiscutible-; sin tener en cuenta que es un derecho constitucionalmente reconocido el derecho a la intimidad y al honor; y no hay mayor intimidad que la propia condición sexual de cada persona que entra dentro de la esfera más íntima de su propia vida. Por tener reconocido todos los españoles su derecho al honor, sólo el interesado está legitimado  a manifestar su orientación sexual, a quién quiera, cuándo y cómo quiera, sin poder ser coaccionado para hacerlo en contra de su voluntad y, menos aún, públicamente.
Ahora, sin embargo, maestro, no son aquellas sospechas sexuales el peor calvario que le ha tocado vivir, cuando ha recuperado las esperanzas de vida que, al principio, eran casi nulas. En estos cinco años ha visto morir a su esposa a la que cuidó con absoluta  abnegación, ha sufrido la pérdida de su madre a la que estaba tan íntimamente unido, además de sufrir un infarto,  la grave enfermedad de su hermano y  las graves acusaciones que se vertían sobre su familia por los supuestos comentarios negativos que hacían unos de otros y la  hipotética desunión familiar; y, por si esto fuera poco, ahora se enfrenta a una acusación de homicidio culposo por conducción temeraria, por exceso de alcohol y velocidad excesiva y otras agravantes que la instrucción policial pondrá de relieve con lo que supone de condena y responsabilidad, además del descrédito que conlleva y las sanciones correspondientes tanto penales como económicas.
Lo peor no va a ser el juicio consiguiente, ya de por sí doloroso, por tener que revivir las circunstancias en las que perdió la vida un hombre, sino esa silenciosa condena que no le impondrá ningún juez, ningún tribunal de la tierra. Esa pena será impuesta sin paliativos por los remordimientos y escrúpulos de un hombre bueno como es usted, que le recordarán a cada momento, en un monólogo continuo e inmisericorde, que ha sido y es víctima y verdugo a la vez, porque al igual que el sufrimiento de la familia de Carlos Parra no cesará nunca, aunque el tiempo amortiguará el dolor primero pero no llegará nunca el olvido, tampoco el suyo será menor. Si la familia exige justicia, puede confiar en que ésta ya se está impartiendo, aunque aún no se haya celebrado el juicio, porque no hay peor sentencia que la que impone la propia conciencia, sobre todo cuando no se ha querido causar daño alguno, pero éste ha sido consecuencia de unos actos imprudentes motivados por un estado en el que la confusión de ideas y la capacidad de reflejos se ve mermada.
A pesar de todos los muchos toros que ha tenido que lidiar en su vida, en esta ocasión le ha tocado hacer una faena en la que no hay vencedor ni vencido, sino dos hombres que han encontrado el infortunio, una anochecer cualquiera, cuando se encontraron de frente en una carretera y allí les aguardaba la muerte a uno de ellos, y la muerte en vida al otro que, único superviviente, se debate entre la vida y la muerte, porque el peligro aún no ha pasado, aún sabiendo que la vida que le espera  después de su recuperación total es lo más parecido a la muerte, sin la gloria añadida de una espléndida faena.
Le manifiesto mis mejores deseos de una total recuperación para que pueda hacer frente a la nueva tragedia que se ha cernido sobre su vida y  la familia de Carlos Parra, a quienes les doy mis más sinceras condolencias y les acompaño en su dolor por tan  irremediable pérdida.
Mucha suerte, maestro, porque va a necesitarla, al igual que le deseo mucho valor, coraje y hombría de bien para enfrentarse a la responsabilidad de los hechos acaecidos con la misma valentía,  serenidad y entereza que siempre lució en los ruedos en tantas tardes de gloria.