Disfruta el día hasta que un imbécil te lo arruine.
Me
dirijo a ti, imbécil, femenino o masculino, si, aunque no figure tu nombre ni
rostro, porque sois muchos y muchas en
tu, llamémosle, numeroso colectivo, o
sea, agrupación de desconocidos -generalmente-, entre sí que se dedican a
demostrar a todas horas que son
imbéciles por sus acciones, palabras, actitudes y demás galería de disparates
que ponen en evidencia vuestra imbecilidad congénita y vuestra ausencia del más
mínimo respeto a los demás y falta de dignidad propia. Quien no se respeta a sí
mismo y no le importa demostrar su
auténtica naturaleza de imbécil, no puede respetar a los demás a los
que, paradójicamente, suele considerar que son los realmente estúpidos,
inocentes, o "pardillos", a quienes hay que provocar continuamente
para ver y divertirse con sus reacciones.
Eres
siempre el/la que da la nota en cualquier lugar, haciendo comentarios
inoportunos, preguntas impertinentes, contando chistes sin gracia y que hacen
sonrojar o irritan a quien los escucha por su manifiesta inoportunidad,
zafiedad o inconveniencia; riéndote sin ninguna contención en ceremonias, actos
públicos o circunstancias en las que la risa está fuera de lugar por un mínimo
de respeto al prójimo, como pueden ser funerales, ceremonias religiosas, actos solemnes y un
largo etcétera que está en la mente de todos. Eres el/l que gasta bromas
estúpidas, hirientes, malintencionadas y procurando implicar a terceros a los que
convences de que son bromas inocentes y a los que prometes algo a cambio
-aunque no estés dispuesto/a a cumplir tu promesa-, para que el otro imbécil
que te hace caso colabore de buena gana en tu broma supuesta e infamia cierta.
Eres
el/la que siempre presume de orígenes ilustres -cuando provienes de una familia
modesta y por eso ocultas tu lugar de nacimiento-; o que tienes amistades
poderosas, influyentes o famosas que sólo existen en tu fantasía, en la que
vives una realidad que está sólo en tu imaginación calenturienta y tu capacidad de mentir a la que recurres para
poder epatar a quienes consideras inferiores -es decir, todo el género humano a
excepción de tus más íntimos allegados, y no siempre-, y a los que crees que
puedes contarle tus absurdas invenciones
como si fueran una verdad absoluta y a las que nadie puede objetar porque
tienen que creerte a pie juntillas, aunque no des más pruebas de lo que
afirmas que tu palabra de imbécil.
Las
formas de manifestar tu imbecilidad son muchas y variadas: unas veces dices que
has asistido a homenajes, funerales, etc., de personas famosas a las que llamas
buenos amigos y a quienes sólo conocías por la prensa o las has visto desde
lejos en un acto público, incluso inventando o equivocando el lugar donde se
produjo dicho acto. Al igual que afirmas, en otras ocasiones, que has sido invitado
a bodas de famosos a quienes no conoces, sin dar más prueba de ello que cuatro
detalles que han salido publicados en la prensa y que te has aprendido de
memoria para demostrar que "has estado allí". Cuando no ofreces
recomendaciones ficticias para conseguir un empleo, una beca, una plaza en una
oposición, una colaboración, una exposición, un premio, etc., para que
quien recibe ese ofrecimiento fantasma crea que eres una persona muy importante
y bien relacionada. Naturalmente, quien es así recomendado, ni consigue el
empleo, ni la oposición, beca, colaboración, premio, o cualquiera otra cosa que
estuviera en juego, porque todo ha sido una patraña, cuando no una trampa, para
que el ilusionado recomendado, cuando llegue la hora de la verdad, se encuentre
con un no rotundo, o se le pide algo a cambio -en otras ocasiones- de lo que no
se le había hablado, si es que, en
verdad, quien "recomienda" -el imbécil en cuestión-, conoce a quien tiene que dar lo prometido al
recomendado, porque el favor no se le iba a hacer a este último, sino a quien tenía que recibirlo en
nombre de su buen amigo que recomienda; y así consigue el dador del beneficio
en cuestión -en un trueque improvisado y que no estaba en el programa-, algún
servicio, trabajo, favor, etc., del recomendado, si es que éste quiere
conseguir lo prometido, aceptando las exigencias que se le hacen en el último
momento.
Por
supuesto, como piensas que todo el mundo se tiene que creer tus fantasmadas,
imbécil, con la absurda seguridad de todo vanidoso/a, no te planteas nunca que
te puedan descubrir quienes te conocen y saben de tus artimañas, porque a un
imbécil mentiroso es fácil cogerlo por los fallos, lagunas, contradicciones y
ambigüedades que comete en su continua
exposición de "grandezas", de talentos artísticos inexistentes que despiertan hilaridad en quienes te oyen
presumir de ellos, o de amistades famosas con quienes tienes un trato íntimo y prolongado,
según manifiestas, y deudas impagables con personajes a quienes no has conocido siquiera; o
presumes de los bienes cuantiosos que posees, títulos académicos imaginarios,
puestos laborales siempre de primera fila -y callas que te echan de todas
partes-; o bien haces gala de parientes ilustres, conocimientos que no tienes y
vergüenza que perdiste hace mucho tiempo.
Toda esa
parafernalia que exhibes con total falta de pudor y sin temer que te puedan
descubrir en tu falacia, porque siempre crees, en tu vanidad de imbécil, que tu
inteligencia superior te hará salir bien de cualquier apuro, de cualquier
momento en el que sea descubierta tu impostura, tu mentira y tus alardes de una
superioridad intelectual, social, académica, física, o laboral que sólo existe
en tu mente, en la que luchas continuamente con tu propia sensación de
fracasado, de don nadie, de incompetente, de persona mediocre y gris que te hace adoptar ese papel de
prepotente y vacuo, por lo que sólo te hace falta decir a quien te escucha: "Trátame como un igual;
pero no olvides que soy superior". Mientras, el interlocutor te oye hablar
entre la incredulidad, el asombro y la irritación ante tantas autoalabanzas de tu talento imaginario
y lecciones continuas en cualquier disciplina o arte, tu pedantería insoportable
-precisamente porque no tienes talento, ya que eres imbécil-, o mentiras absurdas
e inverosímiles en un constante, repetitivo y cansino suma y sigue..
Viene a
cuento lo que le sucedió al científico don Santiago Ramón y Cajal, durante un
trayecto en tren que hacía en aquellos años en los que los trenes eran de
carbón y existían compartimentos
aislados unos de otros. En una determinada estación, se subió al tren y
entró en su compartimento un viajero que saludó cortésmente a Ramón y Cajal y,
después de colocar su equipaje, se sentó e iniciaron una charla por ser los dos
únicos ocupantes del compartimento. El
recién llegado empezó a hablarle al científico -al que no había reconocido
porque entonces no se conocían los rostros de los famosos como ahora que salen
continuamente en los medios de comunicación-, de las muchas amistades que tenía
entre las distintas personalidades
famosas de la época. Ramón y Cajal escuchaba el interminable parloteo de aquel
hombre que hablaba de los descubrimientos científicos que habían sido noticias
en los últimos días, y daba su opinión ante el asombrado histólogo que le escuchaba sin interrumpirle a
pesar de los disparates que decía su compañero de viaje, por eso de que la
educación y el respeto al prójimo está siempre unida a la superioridad
intelectual y moral de un ser humano.
El
viajero parlanchín le decía que todos los datos que ofrecía sobre esos temas
científicos de los que hablaba se los había oído decir a su íntimo amigo, el
Premio Nobel, Santiago Ramón y Cajal. El científico le escuchaba entre el
estupor y la irritación, ante la ignorancia mostrada por su compañero de viaje
y la osadía de citarle a él como el autor de los disparates que el buen hombre
iba diciendo. Cuando llegaron al destino de ambos que era la última estación,
el viajero cuentista y fantasmón, sacó una cartera de mano, de ella extrajo una
tarjeta de visita y se la ofreció al científico muy ceremoniosamente
diciéndole.: "Me encantaría que si en algún momento quisiera visitar mi
ciudad, volviéramos a vernos y charlar un rato sobre estos temas científicos
que he comprobado que a usted también le interesan. Mi nombre es Fulano de Tal,
fabricante de tejidos en tal ciudad X. Estaré encantado de invitarle a probar
los excelentes caldos que tengo en mi bodega ". Ramón y Cajal,
tranquilamente, cogió la tarjeta y estrechándole la mano al hombre, le respondió:
"Ha sido un placer conocerle y oírle porque he aprendido mucho de usted en
este viaje. Mi nombre es Santiago Ramón y Cajal, histólogo y Premio Nobel de
Medicina. Aquí tiene mi tarjeta para que podamos seguir cultivando la estrecha amistad que mantenemos
desde hace tanto tiempo, aunque no podré invitarle a mi bodega personal porque
soy únicamente un pobre científico". Naturalmente, el otro viajero se
quedó callado definitivamente, mudo de asombro y vergüenza.
Por eso,
imbécil, supuesto amigo de famosos, caradura sin paliativos, siempre te atreves
a hacer lo que cualquier persona normal y sensata no haría por las
consecuencias que pueda tener. Un ejemplo de ello, es la usurpación de
personalidad de una tercera persona -o
aunque dé su consentimiento, en ocasiones, para seguirte la broma que según tú
vas a gastar a un tercero-, de quien el
imbécil está usando su nombre y haciéndose pasar por el suplantado. Lo haces en
las redes sociales, en las que muchos famosos reales han tenido que denunciar
el uso fraudulento de su nombre por parte de algún otro imbécil que intenta así llamar la atención de
cualquier incauto que se crea que es el
famoso de turno -porque el imbécil por
sí mismo no es capaz de despertar la más mínima atención-, y empieza así a
propalar rumores, dar opiniones sobre terceras personas, o comentar supuestos
hechos del famoso suplantado que muchas veces dañan el nombre y el prestigio de
este último que tiene que recurrir a la denuncia correspondiente. Si el atrevimiento llega a usurpar la identidad
de un famoso con el peligro que ello conlleva por los muchos seguidores que
tiene en las redes y es fácil ser detectado, mucho más se atreve con personas
anónimas -eso sí sin poner nunca foto en el perfil falso que crea en las redes
sociales-, porque el nombre de dos personas puede coincidir, pero la cara es
imposible.
El
imbécil, o seas, tú, que siempre eres osado por mentecato, mandas correos
electrónicos en nombre de terceras personas, muchas veces con bromas de mal
gusto, para ver si el destinatario se cree que el supuesto remitente le ha
escrito, sea un personaje conocido o no, intentando crear así la duda en quien
recibe el mensaje de si esa persona -en el caso de que exista y conozca-, que es
la suplantada, le ha podido enviar un email que le parece inconcebible que haya
escrito, poniendo así en peligro la amistad o relación existente entre ambas.
Cuando no, se inventa un personaje ficticio y comienza a bombardear a la
víctima de dicha correspondencia con todo tipo de mensajes con contenido
variopinto que demuestran la insania mental del/la imbécil que quiere
demostrarse que es más listo que nadie -porque tiene un complejo de
inferioridad manifiesto que le genera ese deseo constante y enfermizo de poner
a prueba alguien a quien envidia para demostrarse a sí mismo que le puede engañar y hacer creer lo que quiera-
y, por ello, intenta tener "en
ascuas" a quien es el destinatario de sus demostraciones de imbecilidad para ver cómo reacciona y qué hace.
Naturalmente,
todo tiene un límite y la paciencia también, por eso, quien tiene la mala
suerte de tropezarse con un/a imbécil, o sea, tu congénere, cuando descubre su
verdadera naturaleza, lo mejor que puede hacer es apartarse de su camino o, si
corresponde, poner la denuncia correspondiente cuando el imbécil traspasa
límites intolerables. Lo que sí puede tener seguro es que el imbécil no cambiará
nunca. La imbecilidad va en sus genes, unida a sus frustraciones, a su
mediocridad, a su propia sensación de fracaso, a su falta de ética y a la
ausencia del más mínimo sentido de autocrítica que le advierta que está
haciendo el más absoluto ridículo y que corre un gran peligro cuando infringe
la ley.
Como,
desgraciadamente, abundáis mucho, algunos imbéciles buscáis el apoyo de otros semejantes
-por eso que dice que la unión hace la fuerza-, en una simbiosis en la que el
que tiene menos que perder, o más que ganar, hace el trabajo sucio o da la cara,
porque en ambos existe la misma falta de escrúpulos, la misma vanidad y
prepotencia que tenéis en común y por ello os reconocéis rápidamente. El
imbécil, solo o acompañado, no deja de mostrar nunca que la imbecilidad no
tiene cura porque siempre subyace debajo y la nutre la más absoluta
inferioridad, mediocridad y envidia.
Por eso,
imbécil, si quieres un consejo, procura no demostrar demasiado que lo eres,
aunque sólo sea para que quienes ya te conocen no terminen despreciándote aún
más; y quien aún no sabe de tu imbecilidad no empiece a sospecharla demasiado
pronto. Sólo hasta que no te conocen, imbécil, tienes cancha porque, a partir
de entonces, juegas tú sólo/a.
Recuerda otra frase del genial Woody Allen:
"La ventaja de ser inteligente es que se puede fingir ser imbécil,
mientras que al revés es imposible".
Atentamente.